Llevo ya varios años divulgando sobre no monogamias y sexualidades no convencionales. Llegados a este punto, he considerado necesario escribir este artículo y comentaros los muchos miedos que todavía me abordan a día de hoy. Porque las personas que acabamos como “referentes” en esto del poliamor –que no lo somos porque seamos un ejemplo a seguir, sino porque somos pocas y se nos ve más- podemos transmitir –aun sin quererlo- la idea de que todo es muy sencillo y muy fácil en esto de amar y follar “de otra manera”. Que solo hace falta que le añadas un toque de aventura y moderneo hipster a tu vida y ya lo tienes hecho; que como yo te lo explico con palabras bonitas y un discurso inteligible, solo resta que tú te lo apliques para obtener lo que buscas. Y no es así. Ni mucho menos…
Comencemos por el principio: yo no hablo desde un lugar neutral ni mis vivencias son algo trasladable a cualquier persona. Hablo desde el privilegio blanco y cisgénero, desde un cuerpo normativo que despierta deseo, desde la mente de una persona que ha tenido acceso a educación superior, ha podido viajar y no ha tenido que preocuparse por pasar hambre a final de mes. Mis capacidades son consideradas “normales” y tengo una autoestima alta y relativamente estable, gracias –precisamente- a los privilegios que me otorga el sistema sexista, racista y capacitista en el que vivimos.
A pesar de que mi realidad está mucho más abonada que la de otras personas, tampoco lo he tenido fácil. He vivido en el armario muchos años por miedo al rechazo, la violencia o la patologización. He sido educada como mujer monógama y heterosexual, con valores totalmente patriarcales y normativos. Haberme alejado de todos estos mandatos me ha pasado –y me sigue pasando- factura.
Tampoco me salvo de la influencia monógama ni de sus mitos románticos, por mucho que los critique y luche por substituirlos por algo más sano y seguro. La idea mayoritaria sobre EL AMOR nos la inyectan en vena cada día por todos los canales habidos y por haber. Y, claro, al final somos personas que nos relacionamos con personas y, aunque tú tengas toda la teoría muy clara, si te enamoras de alguien más próximo a eso de lo que tú te alejas, el esfuerzo es doble. Porque esa persona posiblemente sienta miedo de que no la quieras de verdad si no la amas en exclusiva ni la pones en la sillita de la reina por encima de otro tipo de vínculos.
En estos casos, suelen pasar dos cosas: que te alejes de tus ideales y te aproximes a la monogamia para no perder a esa persona que siente que tu amor es de segunda; o bien, que te mantengas en tu postura y quien se aleje sea esa otra persona, porque no ve compromiso (monógamo) por ningún lado. A veces, con esfuerzo por ambas partes y un extra de cuidados y ética, se encuentra un espacio común en el que habitarnos y cuidarnos a nuestra manera. Eso es sin duda maravilloso, pero requiere esfuerzo. (¡Cuánto daño nos ha hecho esa creencia de que, después de un flechazo, todo viene rodado!)
Las personas que acabamos como “referentes” en esto del poliamor podemos transmitir –aun sin quererlo- la idea de que todo es muy sencillo y muy fácil en esto de amar y follar “de otra manera”
Lo que más miedo me da en esto de abrir mi intimidad a otras personas es sufrir violencia y no darme cuenta de ello. Seguimos teniendo muy marcado que, cuando hablamos de nuestros amores, es para explicar “lo bien que nos va”, y tendemos a silenciar esos matices que no nos gustan o a difuminarlos con un “bueno, ahí vamos…” Romper con esa narración buenrollista y perfeccionista de nuestras intimidades quizá nos ayude a protegernos mejor. Porque si nuestra red desconoce el estado real de nuestros vínculos, no podrá alertarnos de las violencias (aunque hay veces que cantan como una almeja y no hay manera de disimularlas).
Este miedo que os acabo de comentar se me despierta sobre todo –o más bien solamente- con hombres cis. Me da miedo minimizar conductas machistas o sexistas por tenerlas terriblemente interiorizadas. A justificar con aquello de “es que los tíos son así” comportamientos que no deberían ser así de ninguna manera. Tengo miedo a mostrarle mi vulnerabilidad a un hombre y que se lo tome como un ataque y responda a la defensiva. Tengo todos estos miedos porque he habitado estos lugares de los que hablo.
Tengo miedo a querer ser tan abierta de mente y empatizar tanto con las necesidades ajenas, que me olvide de las mías, o –incluso peor- que me convenza de que su bandera del amor libre es real y no una mera tapadera para rehuir cualquier tipo de compromiso y responsabilidad. También tengo miedo a escabullirme de mis responsabilidades e invadir límites ajenos.
Tengo miedo a establecer vínculos por curiosidad y perder el foco de que trato con personas y no colecciono cromos. Tengo miedo a que alguien con quien me he abierto en canal desaparezca de mi vida sin decir adiós, y luego regrese y yo le deje penetrar mi vulnerabilidad de nuevo, sin quitarme ese miedo a que vuelva a huir sin avisar.
Tengo miedo a culparme de más por no saber llevar a la práctica toda la teoría que tengo tan clara y que repito como un mantra. Temo ser más benevolente con los errores ajenos que con mis propias caídas.
Tengo miedo a que, por miedo a ser la víctima, acabe siendo el verdugo.
Romper con esa narración buenrollista y perfeccionista de nuestras intimidades quizá nos ayude a protegernos mejor. Porque si nuestra red desconoce el estado real de nuestros vínculos, no podrá alertarnos de las violencias
Me duele pensar que alguien pueda jugar con mis sentimientos como un trapo cualquiera, porque considera que, si amo a más de una persona, en realidad, no amo tanto y me va a dar todo igual.
Me preocupa no saber gestionar bien mis expectativas, generar otras que ni quiero ni puedo cumplir; que el amor se haga bola porque no hemos sabido masticarlo con calma…
Siento vergüenza y miedo de reclamar migajas y conformarme con ellas. De ofrecer solo eso. De no ver o –peor aún- querer convencerme de que no estoy viendo lo que es obvio.
Me da miedo que alguien me deje de querer, pero no me lo diga, y haga aquello de tratarme mal y fríamente para que sea yo la que marche indignada y con el rol de histérica por bandera.
Tengo miedo a reproducir todo aquello que tengo miedo que alguien me haga, sobre todo en las relaciones donde soy la parte con más privilegios.
Llevo muchos años intentando romper con la monogamia y los mitos del amor romántico. Me quedan muchos más por delante. Por el camino, me sigo asustando, equivocando y sufriendo magulladuras varias. No soy ninguna heroína del amor. Soy una activista no monógama, feminista y humana, y hoy no quiero hablar de lugares comunes, sino presentaros los miedos que aún me acompañan. Mi camino sigue lleno de piedras y hay veces que ni siguiera veo que repito el tropezón. Pero con la ayuda de otros ojos y muchas manos para levantarme, es más fácil avanzar por una senda empedrada sin destrozarme (en exceso) por el camino ni desplazar todas las piedras a caminos ajenos.