Jul
1, 2019
Disidencia sexoafectiva y reproducción de la heteronorma monógama y patriarcal
Este artículo está escrito a partir de los materiales que preparé para la charla “Poliamor e identidad LGTBI+. ¿Un nuevo armario?” y el debate posterior que se generó en la misma. Como ya expliqué entonces, mi objetivo aquí es generar pensamiento crítico, dejar preguntas abiertas y nutrirme de otras respuestas, porque yo no tengo la verdad absoluta de nada.
El colectivo LGTBI+ lleva años luchando por conseguir los mismos derechos y aceptación social que el colectivo heterosexual, reivindicando que su forma de amar, identificarse y relacionarse es tan válida como cualquier otra. No obstante, en este camino hacia la “normatividad”, surge la duda de si hemos copiado los peores vicios de la monogamia heteropatriarcal.
Para comenzar, aclararé que hablo de monogamia en la línea de Brigitte Vasallo, es decir, no como una práctica, sino como un sistema y forma de pensamiento que determina a quién, cómo, de qué manera y cuándo desear. Lo que define la monogamia no es la exclusividad sexoafectiva, ya que también queremos a familiares y amigxs, y las tasas de infidelidad son bastante elevadas en general (sin necesidad de recurrir a estadísticas concretas). La monogamia viene definida por la jerarquía de un tipo de afecto (el de pareja) sobre el resto. Y en este sentido la exclusividad sexoafectiva (al menos aparente) sirve como marca jerárquica. ¿Cómo se logra la centralidad y superioridad de la pareja? A través de la positivación de la exclusividad (el vínculo socialmente aceptado es el de pareja, no lxs amantes/ otrxs), la conjunción identitaria (no estamos en pareja; SOMOS pareja > mito media naranja) y la potenciación de la confrontación (tú no, porque yo sí. La pareja excluye y confronta porque solo hay lugar para una persona). Además, lo que diferencia al vinculo de pareja del resto de afectos es su romantización, que nos conduce al archicitado mito del amor romántico[1].
Las características con que Vassallo define la monogamia son propias de lo que entendemos como “amor romántico”, del que podríamos destacar otros rasgos como la creencia de que el amor lo puede todo; la consideración de los celos como indicador de amor verdadero; la sensación de que sin pasión no existe enamoramiento (y que está debe ser eternamente elevada). El amor romántico arraiga el miedo a la soledad (nos definimos en función de la pareja incluso cuando no estamos en ella: solterx/ divorciadx/ viudx); marca unos ritmos muy concretos de cómo debe ser una relación “socialmente aceptada” (enamoramiento-noviazgo-matrimonio-hijxs-hipoteca-y-derivados) y, en definitiva, ensalza la institución de la pareja como un TODO maravilloso e incuestionable, la aspiración máxima de toda persona, cuya finalidad última es la reproducción (of course!).
Como ya he dicho en otras ocasiones, creo que limitar el concepto de amor a la pareja genera violencia, dominación y escasez afectiva, que sufren primeramente los colectivos más desprotegidos (mujeres, integrantes del colectivo LGTBI+, personas pobres, racializadas, con cualquier tipo de diversidad funcional o neuronal…) El amor romántico (lo que entendemos como tal) nos aísla, y solas es muy difícil pedir ayuda cuando las cosas van mal dadas. Y, en este sentido, aumentar el número de potenciales parejas sin cambiar el concepto de la misma no sirve para mucho más que para reproducir lo establecido y complicar aún más la ecuación.
Dicho esto, si todxs sabemos que el amor romántico es tan malo, ¿cómo es que nos cuesta tanto alejarnos de él? Porque nos lo enchufan en vena desde que nacemos (y lo hacen con una estrategia de marketing perfectamente diseñada). Como bien dice Coral Herrera, “nos educan a amar” (la escuela, los medios, el cine, la publicidad, la Iglesia…) Y lo hacen de una manera muy concreta: heterosexual, monógama y patriarcal. Es por ello que los sentimientos ya no son un “problema individual”, sino que son un “tema colectivo”[2].
Así pues, ¿qué papel jugamos como colectivo LGTBI+? ¿Estamos contribuyendo a un cambio cualitativo en la manera de amar? ¿A qué aspiramos? ¿A una sociedad más inclusiva o a disfrutar de unas dinámicas monógamas y heteronormativas de las que hemos sido privadxs durante mucho tiempo?
El amor romántico es hoy una utopía emocional colectiva: en nuestro mundo posmoderno, la gente busca la fusión, la salvación, la transformación y la felicidad a través del amor de pareja. El romanticismo es también una especie de religión individualista, con sus paraísos hechos a medida y con sus múltiples infiernos, con sus rituales de unión y separación, con sus propios símbolos, mitos, héroes y heroínas, y con sus mártires del amor (…) El amor (…) contiene una promesa de salvación (…) Al amor le pedimos que nos haga sentir únicas y especiales, que nos espante el miedo a la soledad, que nos arregle los problemas, que nos quite el aburrimiento mortal, que llene todos nuestros vacíos y colme todas nuestras necesidades, que nos haga sentir autorrealizados/as, que nos ofrezca seguridad y estabilidad, que nos proporcione emociones intensas y hermosas y que sea para siempre (…) El romanticismo es la excusa perfecta para soñar con otras vidas posibles, para imaginar otras realidades mientras nos evadimos de la nuestra (…) Esta idealización del amor y de su capacidad de transformación mágica implica que en lugar de poner las energías y la ilusión en trabajar por nuestro bienestar y el de los demás, preferimos esperar a que la vida nos traiga a alguien que nos solucione los asuntos (…) Nuestra utopía romántica está cargada de ideología hegemónica, invisibilizada por la magia del amor. Nuestras estructuras de relación erótica, amorosa y afectiva condicionan (y están condicionadas por) la forma en que nos organizamos económica, política y socialmente (…) Nuestras relaciones personales son como nuestras relaciones internacionales: explotamos y abusamos de la gente, ejercemos nuestro poder absolutista, colonizamos a las personas que amamos, y nos metemos en horribles guerras por recursos y luchas de poder entre nosotros (…) Hay mucho romanticismo en nuestra cultura, pero muy poco amor[3].
Que alguien me corrija si me equivoco, pero el porcentaje de personas que escapan a este discurso imperante tan bien explicado por Coral Herrera es altamente limitado, incluso en los márgenes más marginales del colectivo LGTBI+. Personalmente, me pregunto incluso si el poliamor es visto como una amenaza dentro (y fuera) del colectivo para acceder al mito del amor romántico (tan denostado como deseado, a fuerza de metérnoslo hasta en la sopa).
¿A qué aspiramos como colectivo LGTBI+? ¿A una sociedad más inclusiva o a disfrutar de unas dinámicas monógamas y heteronormativas de las que hemos sido privadxs durante mucho tiempo?
En todo caso, no creo que el debate sea si el colectivo LGTBI+ es más o menos poliamoroso que el hetero, sino si estamos contribuyendo a generar cambios cualitativos en la sociedad. Evidentemente, esa responsabilidad no recae exclusivamente en nosotrxs, pero está claro que podemos aportar una visión de los afectos muy rica y diversa. No obstante, ¿es posible que parte de nuestro colectivo se haya acomodado en sus privilegios, conformándose con visibilizar su condición de no-heterosexual y acceder a la normalidad como toda aspiración?
En un colectivo tan diverso como el nuestro es difícil creer que haya una visión (y práctica) común del poliamor, y creo que en gran parte se está reduciendo la imagen externa de nosotrxs a la del grupo con más privilegios (hombre cis, gay, blanco, con un cuerpo normativo y con pasta) ¿Qué consecuencias nos genera esto? ¿Cómo podemos dar más voz a las identidades minoritarias (lesbianas, personas trans, asexuales, intersexuales, agénero, personas de género fluido…)?
Estas dudas que planteo aquí no me las invento yo. Lxs activistas transgénero ya hablaban de homonormatividad a finales de los 90 para referirse a la asimilación de los ideales y construcciones heteronormativos en la cultura e identidad LGTBI+, aunque el término como tal se le atribuye a Lisa Duggan (2002). La homonormatividad va en línea con el capitalismo y no critica ni la monogamia ni los roles de género binarios, ni el heterosexismo ni el racismo. Así pues, las personas LGTBI+ que más mimetizan los estándares heteronormativos de identidad de género tienden a ser aquellas con más privilegios, que ven a parte del colectivo como un impedimento para conseguir sus demandas.
¿es posible que parte de nuestro colectivo se haya acomodado en sus privilegios, conformándose con visibilizar su condición de no-heterosexual y acceder a la normalidadcomo toda aspiración?
Este fragmento de un artículo de Ángel Moreno y J. Ignacio Pichardo me parece muy interesante: La heterosexualidad obligatoria lleva aparejada, de manera indisoluble, una homosexualidad obligatoria u homonormatividad. Nos referimos a la homonormatividad como el constructo cultural que convierte a la homosexualidad en un espacio normativizado de disidencia sexual; que asume al género como elemento generador de relaciones, prácticas e identidades sexuales, y complementa la heteronormatividad a pesar de ponerla en cuestión. La homonormatividad contribuye a la construcción de una jerarquía de las sexualidades, en la que a aquellas personas que mantienen relaciones sexuales con hombres y mujeres indistintamente se las sitúa en el lugar más bajo y se las sanciona socialmente. La bisexualidad no es más que un punto de fuga en un sistema dicotómico de identidades sexuales y, como tal, aparece como una propuesta subalterna. La homonormatividad facilita además la subordinación de la identidad homosexual a la heterosexual, a través de la recreación hiperbólica que desde la hegemonía heterosexual se realiza sobre la identidad homosexual[4].
El activista LGTBI+ Peter Tatchell llegaba a asegurar en The Guardian que el orgullo ha vendido su alma al capitalismo de marca arco iris [traducción a pie de página].
Many of us seem to aspire to little more than an LGBT+ version of straight family life.
The trend is to become carbon copies of heterosexuality. We’ve internalised straight thinking and become “hetero homos” – straight minds in queer bodies. Our LGBT+ psyche has been colonised by a hetero-normative mentality.
How times have changed. GLF was so different. It never campaigned for equality. Our demand was LGBT+ liberation. We wanted to change society, not conform to it. Our battle cry was “innovate, don’t assimilate[5]”.
Paul López Clavel, en otro interesante artículo sobre la homonormativización de las identidades gay y lesbiana, critica a quienes consideran que la emancipación sexual del colectivo LGTBI+ se consigue mediante el matrimonio igualitario.
Resulta evidente comprobar cómo, si bien la consecución de este derecho (el matrimonio igualitario) es un hito, en el sentido de que revela una amplia aceptación hacia la homosexualidad (entendida seguramente según parámetros heteronormativos, pero aceptada a fin de cuentas de forma generalizada), no puede en ningún caso convertirse en el elemento que detenga la lucha por la emancipación sexual, sobre todo si tenemos en cuenta que, en gran parte, lo que denominamos así no deja de ser, en muchas partes del globo, lucha por la supervivencia y la dignidad de las personas no heterosexuales[6].
We’ve internalised straight thinking and become “hetero homos” – straight minds in queer bodies.
Peter Tatchell
¿Es la homonormatividad una ausencia de autocrítica? Sé que lanzo esta pregunta en un momento en que las plataformas de orgullo crítico están cobrando más visibilidad que nunca; demostrando que incluso las personas que sufrimos una opresión social podemos revisar nuestros privilegios y formas de hacer. El orgullo crítico huye del capitalismo rosa, la despolitización de las reivindicaciones, el homonacionalismo y la cishomonormatividad, y en su lugar propone un orgullo desde una perspectiva anticapitalista, transfeminista, antirracista y anticapacitista.
Llegados a este punto, quiero vincular estas ideas al escenario que más me toca, el de las no-monogamias. Al leer sobre homonormatividad para preparar la charla, me pregunté si alguien habría acuñado el término homónimo para las relaciones no-monógamas. Es decir, si alguien había reflexionado sobre la polinormatividad de manera crítica. San Google no tardó en remitirme a un par de artículos de Golfxs con principios que, a su vez, traducían extractos de un artículo de Andrea Zanin publicados por Poly in the media (¡Viva la circulación de ideas!)
¿Qué entendemos entonces por polinormatividad? Pues, en línea con el término homonormatividad, sería una manera de entender el poliamor como una disidencia a la monogamia que no transgrede la esencia de la misma (entendida como comentaba al principio del artículo). Según Zanin -siguiendo la traducción de Golfxs con principios-, estas serían las cuatro características que conforman la polinormatividad:
1. El poliamor comienza con una pareja. Con esta norma, la premisa completa de múltiples relaciones es reducida a lo que suena, básicamente, como un hobby para una pareja tradicionalmente comprometida a largo plazo que decide hacerlo junta, como ir a bailes de salón o aprender a esquiar. Mucho de lo radical de re-pensar las relaciones humanas se pierde…
2. El poliamor es jerárquico. Con este modelo es completamente normal el poner los sentimientos de una persona por encima de los de otra como principio. ¿Y pensamos que eso es un avance?
3. El poliamor requiere un montón de reglas. Las reglas son implícitamente marcadas por la pareja primaria, la “pareja poliamor”. Al menos así es como se explican la mayoría de las discusiones sobre reglas. Algunos libros y webs te dirán (a ti, que presumiblemente eres parte de una pareja monógama que-va-a-ser-poliamor) que es superimportante no sólo tener reglas, sino marcarlas antes de que empieces y te dediques a la cosa del poliamor. Si alguna vez quieres obtener una confirmación muy clara del estatus de secundarias de las otras relaciones, este es: Las reglas se establecen antes incluso de que aparezcan y no tienen nada que decir al respecto. De nuevo… ¿nos parece esto un avance?
4. El poliamor es heterosexual o casi. Y también de gente guapa, joven y blanca. Si los medios mayoritarios le diesen demasiadas líneas en sus páginas al poliamor LGBQ, la gente podría pensar que el poliamor es algo gay y eso no vendería tanta revistas. Por lo que el típico artículo polinormativo es algo como “Conoce a Bob y Sue. Son una pareja poliamor. Son una relación principal y quedan a la vez con las mismas mujeres”. Estos artículos buscan mostrar la fantasía de gente medianamente atractiva teniendo sexo deliciosamente transgresivo (pero no demasiado transgresivo) mientas que se mantienen firmemente dentro de los límites de la relación convencional basada en construir una pareja todo lo humana posible dadas las circunstancias. Esa fantasías vende. Al resto no nos hace ningún favor.
Nuestra utopía romántica está cargada de ideología hegemónica, invisibilizada por la magia del amor.
Coral Herrera
Así pues, como colofón a toda esta reflexión (que me extiendo mucho y luego no me lee nadie), dejo esta pregunta en el aire: ¿Es posible salir de la heteronorma monógama sin caer en la homo- y polinormatividad? ¿O eso es algo que solo logran las personas más oprimidas –aquellas que necesitan dinamitar un sistema que no les deja ser- porque las privilegiadas estamos demasiado ocupadas disfrutando de nuestra zona de confort? Fuera de la monogamia heteropatriarcal también existen las jerarquías, y creo necesario tener presentes las opresiones ajenas cuando hemos conseguido una serie de privilegios.
Porque somos un colectivo. Porque debemos actuar como tal. Porque –parafraseando a Coral Herrera- amar es un acto político, relativo a la polis, a la ciudadanía. Y las respuestas individuales –del tipo que sean- tienen consecuencias colectivas.
[1]Todas las ideas de este párrafo están extraídas del maravilloso libro: VASALLO, Brigitte. Pensamiento monógamo, terror poliamoroso. Ed. La oveja roja, Madrid, 2018.
[2]HERRERA, Coral. “Lo romántico es político”. Píkara Magazine. Disponible en: https://www.pikaramagazine.com/2014/02/lo-romantico-es-politico/ [consultado el 16/06/2018]
[3]Fragmentos inconexos de HERREA, Coral (2015) “Otras formas de quererse son posibles: Lo romántico es político” en (h)amor1, Madrid, Ed. Continta me tienes.
[4]MORENO, Ángel y PICHARDO, J. Ignacio (2006) Homonormatividad y existencia sexual. Amistades peligrosas entre género y sexualidad. Publicado en AIBR. Revista de Antropología Iberoamericana, Ed. Electrónica Volumen 1, Nº1. Disponible en https://eprints.ucm.es/35679/1/HOMONORMATIVIDAD%20Y%20EXISTENCIA%20SEXUAL..pdf [consultado el 10/6/2019]
[5]Muchos de nosotros parecemos aspirar a poco más que una versión LGBT + de la vida familiar hetero.
La tendencia es convertirse en réplicas de la heterosexualidad. Hemos interiorirzado el pensamiento hetero y nos hemos convertido en «hetero-homosexuales», mentes heteros en cuerpos queer. Nuestra psique LGBT + ha sido colonizada por una mentalidad heteronormativa.
¡Cómo han cambiado los tiempos! El Frente de Liberación Gay de Londres (GLF) era tan diferente. Nunca hizo campaña por la igualdad. Nuestra demanda fue de liberación del colectivo LGBT +. Queríamos cambiar la sociedad, no conformarnos con ella. Nuestro grito de batalla fue «innova, no asimiles».
Artículo completo disponible en: https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/jun/28/pride-rainbow-branded-capitalism-stonewall-lgbt [consultado el 28/6/2019]
[6]LÓPEZ CLAVEL, Paul (2015). Tres debates sobre la homonormativización de las identidades gay y lesbiana. Publicado en Asparkía. Investigació Feminista. UJI. Disponible en: http://www.e-revistes.uji.es/index.php/asparkia/article/view/1490 [consultado el 9/6/2019]
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4 Comments
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La libertad para elegir | Gnomos: Grupo de no monogamias sevilla
Feb 5, 2020 at 19:10
[…] formas en que esto puede pasar es cayendo en la imposición de una norma no monógama (recomiendo este artículo de S. Bravo sobre el tema), o de la no monogamia como norma social. La imperfección es […]
Sandra Bravo
Feb 6, 2020 at 09:37
Gracias 🙂
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[…] P.- Parece que al sistema le interesa mantener la idea de la heterosexualidad como un espacio seguro… […]
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