Me encantan las palabras y me fascina aprender términos nuevos siempre que puedo. En sí, existe aquello a lo que podemos darle un nombre. La realidad se construye con palabras que nos permiten retenerla en nuestra memoria y entender su significado.
Pues bien, en este contexto no parece casual que la palabra poliamor aún no esté aceptada por el diccionario de la RAE. En la España actual, el poliamor parece más una moda pasajera (por la manera en que se empieza a hablar de él) que una orientación relacional tan válida como cualquier otra. Sea como sea, el poliamor no es una práctica nueva, aunque el término en sí sea relativamente reciente.
Tristan Taormino, en su libro Openning Up sitúa el origen del poliamor (yo añadiría aquí el término occidental, porque aunque no soy especialista en el tema me da que en otras culturas prácticamente desconocidas para nosotros nos llevan años luz de ventaja en el amor libre) en California en los años setenta en el ámbito de las comunas utópicas y, más concretamente, en la Comuna Kerista. Sus miembros acuñaron el término de “polifielidad” (fidelidad a varias parejas simultáneamente) para definir la relación de libertad (sexual y afectiva) entre los miembros del grupo, pero “cerrada” a quienes no formaban parte de la comunidad. Esta comuna se disolvió oficialmente en 1991.
En 1984, Ryam Nearing publicó el primer número de Loving More, un boletín dedicado a la exploración de relaciones emocionales múltiples consensuadas. En esa época empezaron a celebrarse congresos y actividades sobre el tema y a popularizarse expresiones como “polifidelidad”, “relaciones abiertas” o “redes íntimas”.
El término poliamor en sí se ha atribuido principalmente a dos fuentes. La más compartida de todas es un artículo de 1990 “A bouquet of lovers: strategies for responsible open relationships”, de Morning Glory Zell-Ravenheart, quien utilizó el término “poliamoroso” para definir un estilo de vida abierto a varias personas, aunque usó el término “poligamia” (y no poliamor) como substantivo. Fue en 1992 cuando se acuñó la palabra poliamor como tal en un grupo de noticias de Usenet creador por Jennifer Wesp: alt.poliamory.
En los años 90 se publicaron algunos de los referentes actuales del poliamor, como Loving more: the polyfidelity primer, de Ryam Nearing, Love without limits: the quest for sustainable intimate relationships: responsible nonmonogamy, de Deborah Taj Anapol, The ethical slut, de Dossie Easton y Janet Hardy, o el que he citado anteriormente: Openning up, de Tristan Taormino.
La literatura en inglés sobre el tema es bastante abundante y, sin duda, han ahondado en la materia muchísimo más que nosotros. En España, los medios, la publicidad e incluso la ficción cinematográfica empiezan a hacerse eco –tímidamente- de nuevos modelos de relación, aunque todavía cubiertos por una pátina de incomprensión y moralidad. Se acepta su existencia, pero se consideran una moda pasajera, un estilo de vida “desenfadado” hasta encontrar la media naranja que nos ciegue completamente con su amor y nos demuestre que lo “normal” es querer a alguien sin fisuras, de manera exclusiva y para toda la vida.
Lo bueno de abrir nuevos caminos como el poliamor o la no monogamia en general es que todo está por descubrir y que todavía nadie ha dictado las normas (aunque el sistema empieza a intentarlo). Así pues, tenemos la responsabilidad y el poder de decisión de a) o bien crear nuestras propias reglas de forma consensuada con nuestras relaciones o b) seguir las ya impuestas (la monogamia) con alguna variedad, creyendo erróneamente que lo hacemos de manera libre.