Oct
30, 2020
La red sin nombre. ¿Cómo humanizar una descripción colectiva de los vínculos?
Las palabras son como monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una.
Francisco Quevedo
Vivo el amor cada vez de forma más política y eso se traduce en la manera que tengo de hablar sobre él. Desde hace ya un tiempo me identifico con la anarquía relacional, porque siento que la visión parejo-céntrica del poliamor ya no va conmigo. Mis vínculos –como los de cualquier persona, supongo- no son simétricos, ni siento la misma conexión o tengo el mismo grado de compromiso con todos, pero sí que tengo muy claro que no acepto jerarquías entre ellos que vengan impuestas por una etiqueta. Es decir, quiero que las dinámicas de mis relaciones dependan de cómo son mis relaciones y no de si a unas las llamo “amistades” y a otras “parejas”.
Los conceptos de red de apoyo o red afectiva, acuñados respectivamente por Mari Luz Esteban y Brigitte Vasallo, me gustan tanto por su significado metafórico como real. Creo en esa interdependencia, en ese tejer vínculos que nos sostengan, y en ese hacerlo entre todas, de forma comunitaria. Por eso siempre me refiero al conjunto de mis relaciones como red. Lo hago, en parte, para no dejarme a nadie fuera ni generar jerarquías “descriptivas” o “lingüísticas”, pero creo que con ello se deshumaniza, a la vez, el discurso. Porque, cuando hablo de mi red, no hablo de Núria, de Jaume, de Álex, de Sergio, de Paula… Mi red no tiene nombre y apellidos. No los tiene, precisamente, para no dejarme a nadie fuera, pero al mismo tiempo, al no tenerlos, es como si no incluyera a nadie.
Es evidente que en todo este dilema estoy pensando constantemente en las lecturas externas de mi discurso, porque yo no quiero menos a las personas que forman mi red por nombrarlas de manera conjunta bajo este término paraguas. Al contrario, creo que al unirlas multiplico el valor que tienen individualmente, ni que sea de manera simbólica. Pero también siento que cuando le hablo de mi red a alguien ajeno al discurso no monógamo lo descodifica como algo con mucho menos valor del que realmente tiene. Esa persona no ve con ello la cantidad de amor, compañerismo, deseo, compromiso, ilusión o apoyo que puede caber ahí dentro.
También utilizo el término red para evitar la contabilización de los vínculos o diferenciaciones que no me gustan. La típica pregunta de ¿cuántas relaciones tienes?, por ejemplo, es una pregunta que ya no sé cómo abordar. No funciona para mí. Pero, aunque no cuente mis relaciones en un sentido numérico, sí cuento con ellas en mi vida, y me preocupa no hacerlas suficientemente visibles.
Recientemente una persona me preguntaba: “¿a qué te refieres cuando hablas de red?”, “¿es una comunidad donde todas las personas se conocen?”, “¿es lo mismo que una constelación[1]?”. Y esa pregunta me hizo tomar más consciencia aún de que nuestro discurso no parece entenderse en exceso. Evidentemente, los valores de la sociedad monógama y heteropatriarcal en la que vivimos no ayudan a que la gente abra la mente a otras realidades, pero creo que nos va a tocar hacer un esfuerzo para darnos a entender (y no solo visibilizarnos como OVNIS de las relaciones).
Yo, personalmente, cuando nombro a mi red me refiero a las personas que me sostienen en mi día a día, las que están más presentes en mi vida. Son personas muy diversas con quien tengo dinámicas muy diversas que engloban lazos de amistad, románticos, sexoafectivos, familiares o de apoyo mutuo. En grado variable, a veces mezclados y con mayor o menor grado de compromiso. Algunas personas se conocen y relacionan entre sí, otras no ni lo necesitan, pero todas saben –y consienten- relacionarse conmigo desde este paradigma.
Aunque no cuente mis relaciones en un sentido numérico, sí cuento con ellas en mi vida, y me preocupa no hacerlas suficientemente visibles
Es obvio que cada vez que explico algo de mi red podría añadir una adenda de justificaciones y matizaciones para evitar un lost in translation en toda regla, pero cuando vives al margen de la normatividad llega un momento en que te agotas de dar explicaciones constantes sobre tu existencia. También reconozco que por esta misma razón utilizo a veces las etiquetas de las que rehúyo. Lo suelo hacer por varios motivos: economía lingüística, cuando quiero que alguien me entienda rápidamente y con pocas palabras, aunque su comprensión sea parcial y relativamente incorrecta; para dar entidad a vínculos que de otra manera quedarían desdibujados o serían infravalorados, como mis relaciones sexoafectivas con mujeres y, por último, lo hago también para presumir de la gente a la que quiero, porque no me salvo de estar contaminada por esa mirada que te confiere estatus social en función de tus relaciones.
En este apunte sobre las etiquetas –bueno, y en todos los aspectos- creo que es importante que ponga sobre la mesa mis privilegios. Yo hago esta reflexión desde el privilegio de una belleza normativa, de unas ciertas habilidades comunicativas y de liderazgo, soy mujer blanca, llevo once años en dinámicas no monógamas, tengo una autoestima relativamente alta y estable… es decir, la etiqueta “pareja” no me hace sentir más querida que la ausencia de la misma. Pero entiendo que haya gente que necesite este tipo de etiquetas para recibir –o tener la sensación de recibir- cierta “protección”. No obstante, como las palabras en sí no protegen de nada, sino que lo hacen las dinámicas de cuidados, sería importante que trasladáramos el debate allí.
Poner los cuidados en el centro es una reivindicación constantemente repetida por necesaria. Y en esto la práctica de red –y no solo el concepto– puede sernos de gran ayuda, aunque será mejor que nos espabilemos antes de que sea “demasiado tarde”. Como dice Marina Garcés, “cuidarnos es la nueva revolución. Quizá este es hoy uno de los temas clave que van desde el feminismo hasta la acción barrial o la autodefensa local. Pero estos cuidados de los que tanto hablamos quizá empiezan a parecerse demasiado a los cuidados paliativos”[2].
En esa revolución afectiva que nos apremia, si los cuidados se reparten de una forma horizontal, es más fácil asumirlos y más probable que todo el mundo reciba su parte. Dicho esto, es importante evitar una visión “descontextualizada” de la red, es decir, no podemos asumir que evitando jerarquías prescriptivas nos deshagamos automáticamente de las dinámicas de poder intrínsecas a las relaciones. Como dice Juan Carlos Pérez en su último libro:
“Es fundamental estar muy pendientes de cómo concretamos nuestras prácticas para que la multiplicidad de vectores de protección y apoyo no dé lugar a una multiplicación de los componentes de desigualdad y opresión en relación al género o a otros ejes como la posición social, la diversidad funcional o el origen de quienes componen la red”[3].
Lo de los cuidados y las dinámicas de poder no tienen nada que ver con el nombre que dar o no a tus relaciones –o tal vez sí-, pero creo que es un apunte imprescindible en todos estos debates, porque a veces nos perdemos en la guinda y se nos olvida el pastel. En fin, que yo venía aquí con una duda semántica y quizá sea más un dilema político (visualícese aquí un emoticono de cara pensante…)
Y ya os dejo en paz con mis pajas mentales… Hay momentos en los que vives en la inopia política de tus relaciones, momentos en los que crees firmemente en tus ideales y los defiendes a capa y a espada, y momentos en los que, aunque no dudas troncalmente de tus creencias, tienes dudas al respecto. Yo me encuentro en este último punto. No cuestiono las bases de mi activismo político (porque toda forma de amar es política en sí), pero tengo dudas respecto a su traducción pragmática en algunos aspectos. Si alguien quiere y puede aportar un poco de luz al respecto, le estaré eternamente agradecida.
No podemos asumir que evitando jerarquías prescriptivas nos deshagamos automáticamente de las dinámicas de poder intrínsecas a las relaciones
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[1] “Constelación” es otro palabro no monógamo que se suele utilizar para describir relaciones que tienen forma de constelación de estrellas. Forman un conjunto visible, pero o todas están conectadas entre sí.
[2] GARCÉS, Marina. Nueva ilustración radical. Barcelona: Editorial Anagrama, 2017.
[3] PÉREZ CORTES, Juan Carlos. Anarquía relacional. La revolución desde los vínculos. Barcelona: La oveja roja, 2020.