Oct
25, 2018
Jorge Ferrer: “En el futuro el sexo entre amigos será muy normal y se considerará un umbral a la amistad profunda”
A Jorge Ferrer tuve el placer de conocerlo hace un año y medio aproximadamente y cada vez que lo veo tengo la sensación de que el mundo avanza. Luego una se da cuenta de que Jorge es una de esas contadas excepciones que confirman las normas, pero ¡menuda excepción! Con él aprendo cada día de nuevos modelos sexoafectivos y nuestras conversaciones son una especie de canto al AMOR (en mayúsculas), que reivindicamos como una utopía necesaria. Así que una conversación con él era imprescindible en esta página, porque es de esas personas que aportan –y mucho- al debate sobre la no-monogamia.
Además de todo lo anterior, Jorge Ferrer es profesor de psicología en el California Institute of Integral Studies (CIIS) en San Francisco y autor de varios libros, incluyendo Espiritualidad Creativa (Barcelona: Kairos).
Pregunta.- ¿Las personas poliamorosas son superhéroes del amor?
Respuesta.- Es una manera de verlo… Los superhéroes –que a mí me gustan mucho- tienen algo “extra” que les diferencia de otras personas y siempre se trata de personajes con una doble vida, a menudo marginados, que se tienen que esconder de la cultura mainstream… Así que yo creo que hay bastantes analogías, en el sentido de que mucha gente poliamorosa ha tenido que esconderse de la cultura, ha sentido que tenía unas capacidades extra que muchas personas alrededor no tenían y, al mismo tiempo, se ha sentido algo o bastante marginada. Yo creo que hay un paralelismo interesante, ¿no?
P.- ¿Cuál sería entonces la cabina del poliamor (el lugar donde Clark Kent se convertía en Superman)?
R.- Pues… los ambientes y los lugares donde las personas poliamorosas puedan ser ellas. Desde festivales, clubs, talleres… lugares donde va la gente que son como de esta tribu. Pero, bueno, también creo que la cultura está cambiando y el poliamor está siendo cada vez más aceptado; está ya presente en muchas conversaciones cotidianas. En San Francisco está plenamente aceptado. Aquí en Barcelona todavía colea un poco más, pero cada vez hablo con más amigos que tienen una relación abierta, así que creo que está extendiéndose.
P.- ¿Tú te consideras un superhéroe del amor?
R.- (ríe) ¡No! Pero sí que hubo momentos en mi vida que me sentí solo, como descastado, cuando empecé a sentir el deseo y la capacidad de querer amar a más personas simultáneamente; no solo afectivamente, sino también sexualmente. La España de los años 80 era un ambiente represivo en este sentido. La palabra poliamor no se había oído nunca –ni nada parecido-.
Recuerdo la primera vez que me vino un flash al respecto: fue paseando por la calle con mi primera novia estable. De repente pensé: “¿Esto quiere decir que ya no puedo amar a ninguna otra persona del planeta tierra de maneras sensuales o sexuales y tampoco puedo recibir este amor de ninguna otra persona del planeta tierra porque quiero a esta persona?” ¡Me pareció una locura, una cosa que no tenía ningún sentido!
Yo creo que en aquel entonces fui víctima de lo que después he llamado la “polifobia internalizada”, que despierta inquietudes como: “¿qué hay de malo en mí, si quiero amar a más de una persona al mismo tiempo?, ¿por qué no soy como los demás?” En un contexto monógamo muchas personas sienten esto. A mí me pasó, hasta que empecé a encontrar gente que estaba viviendo el poliamor y que tenía un discurso formado alrededor. Para mí fue un referente importante, porque me permitió aceptar que no estaba loco ni era un bicho raro.
P.- Has hablado de polifobia. En tu artículo Mononormativity, polypride and the “mono-poly wars” (1) hablas de una “lucha” entre la monogamia y el poliamor. ¿Puedes explicarme un poco más sobre el tema?
R.- Llamo mono-poly wars a la situación de mutuo juicio y condescendencia entre gente poliamorosa y monógama. Yo distingo entre monogamistas y poliamoristas -que tienden a juzgar y a condescender- y gente que es monógama y poliamorosa, que no. Creo que la gran mayoría de gente poliamorosa y monógama es un poco poliamorista y monogamista por razones comprensibles.
Desde la monogamia, al poliamor se le ve como algo que hace gente con problemas, o personas hedonistas, narcisistas, superficiales o incluso pecaminosas (por influencia del Cristianismo). Es comprensible. La gente monógama emite sus juicios desde la mononormatividad, la cual asume que la pareja monógama es la natural, la ideal, la óptima… También ve a los poliamorosos como personas lujuriosas y adictas al sexo o, como en su día me decía mi madre: estos aún no han encontrado el verdadero amor (ríe). Bueno, tengo casi 50 años y he encontrado muchos verdaderos amores.
Y los poliamorosos, como han sido muy marginados –como pasó con los homosexuales hace décadas-, salen del armario con cierta fuerza para contrarrestar los juicios mononormativos; pero a veces también se cae -yo creo- en juzgar al monógamo como hipócrita (hacen una cosa pero en realidad quieren hacer lo que los poliamorosos hacen); como una persona sometida al patriarcado o como gente con muchos miedos e inseguridades, problemas de apego o de carácter, etc. Y también se les considera personas que no han sabido conectar con la “esencia del amor”, que los poliamorosos entienden como algo que no es ni posesivo ni exclusivo.
Todo esto es lo que yo llamo “guerras mono-poli”. En última instancia, lo que hay detrás es lo que llamo el “narcisismo relacional”: la creencia profundamente asentada de que mi opción relacional no solo es la mejor para mí, sino que es la mejor para todos; y los que no lo entienden es que les pasa algo.
Siento que vamos a ir hacia mucha más apertura, mucha más poliamoría, porque creo que el “amar más” es un impulso imparable, pero también creo que hay que respetar las dos opciones. Y las dos opciones se pueden vivir desde lugares más problemáticos o lugares más sanos.
Hubo momentos en mi vida que me sentí solo, como descastado, cuando empecé a sentir el deseo y la capacidad de querer amar a más personas simultáneamente; no solo afectivamente, sino también sexualmente
P.- ¿Por qué estamos tan empeñados en la exclusividad sexual y afectiva?
R.- Tales tendencias provienen de muchos niveles: evolutivos, históricos, biográficos… En el nivel evolutivo, la demanda de exclusividad sexual por parte del hombre a la mujer es para asegurarse de que va a criar y a dedicar sus recursos a sus hijos y no a los del vecino. Y en la mujer emergió para asegurar que su hombre no se fuera con otras y la abandonara, lo cual, en ciertos momentos de la evolución humana, podía implicar la muerte de ella y sus bebés. Este nivel evolutivo está internalizado a niveles muy profundos de la energía primaria. Incluso a pesar de que las condiciones han variado completamente y esa lógica ya no tiene ningún sentido, sigue funcionando en niveles subconscientes. Quizá por eso muchas mujeres sienten un miedo irracional al abandono, como si fuera una cuestión casi de vida o muerte.
En términos históricos, casi todo parece girar alrededor del tema económico. Por lo visto, la agricultura, la propiedad privada, el patriarcado y la monogamia nacieron juntas. El argumento más aceptado es que, desde que los seres humanos dejaron de ser nómadas y se asentaron con la agricultura, empezó a haber un exceso de producción que conllevó la propiedad privada y el capitalismo. Los hombres –de nuevo- querían asegurarse de que iban a dejar sus pertenencias a sus hijos y no a los del vecino. Y así empezó el control de la sexualidad de la mujer, aunque luego en la Edad Media vimos cosas más delirantes como el cinturón de castidad.
A un nivel más biográfico, hay algunos análisis muy interesantes -más feministas- que dicen que la monogamia está conectada con la familia nuclear. Crecer en una familia nuclear en la que, durante los primeros años de vida, se tiene ese cuidador primario que es la madre –una sola persona-, se interioriza como un amor ideal. Y como no hay madres perfectas y ninguna va a dar un amor completo a sus hijos, hay una búsqueda inconsciente de ese referente amoroso para completar algo o, en algunos casos de infancia muy feliz, de ese referente que fue el amor incondicional de la madre.
Hay muchas más explicaciones… algunas más neuróticas. Por ejemplo, hay muchos hombres que quieren la exclusividad sexual para no ser comparados. Por eso también, en parte, tantos hombres querían casarse con mujeres vírgenes. Algunas mujeres también rechazan la apertura desde el temor a que sus hombres encuentren a alguien “mejor” que ellas en la cama, alguien que los complazca más o mejor. Es muy probable que, además de posibles orgullos, dudas personales y ausencia de autoestima, el miedo al abandono subyazca a ambas posturas. Si hay heridas emocionales profundas, estos temas se suelen complicar más y fácilmente resultar en tendencias celópatas, de control de la pareja, e incluso violencia de género.
Y podríamos seguir… Yo creo que todas estas causas crean un entramado profundo en la psique del hombre y de la mujer; no creo en la monocausalidad en estos temas tan complejos. Y después, evidentemente, hay que ver el caso concreto de cada persona.
Paseando por la calle con mi primera novia estable de repente pensé: “¿Esto quiere decir que ya no puedo amar a ninguna otra persona del planeta tierra de maneras sensuales o sexuales y tampoco puedo recibir este amor de ninguna otra persona del planeta tierra porque quiero a esta persona?”
P.- Vives entre San Francisco y Barcelona y te dedicas profesionalmente a dar charlas, escribir artículos y dar clases en la Universidad sobre estos temas. ¿Lo haces por una necesidad de explicar al mundo tu palabra o el trabajo es lo que te ha hecho darte cuenta de que existe esta realidad?
R.- No, como te decía antes, fue en España, antes de ir a Estados Unidos, cuando tuve el primer “despertar”. Y, básicamente después, una vez en California, donde empecé a experimentarlo, porque había un ambiente mucho más receptivo.
Sobre mi trabajo… Hay una motivación personal clara que es la de cambiar el mundo para sentirme menos solo (ríe). ¡Es así! Es decir, cambiar las estructuras para vivir en una sociedad en la que me pueda sentir más en casa. Porque oigo canciones, veo películas de Hollywood, escucho conversaciones en las calles, noticias… Todo gira alrededor de esa mononormatividad, y siento que ese no es mi mundo.
Eso por una parte, y también hay un impulso de servicio, desde el ver y sentir el sufrimiento brutal que tantas personas padecen en este paradigma mononormativo. He visto tantas personas que, con la expectativa del amor verdadero, del the only one, sufren muchísimo cuando una relación se acaba. Y encima la gente se siente culpable y se gasta miles de dólares en psicoterapia, en talleres… para intentar saber qué les pasa que no pueden sostener vínculos duraderos, porque les dejan o porque dejan cada dos o tres años.
Esto lo he visto en muchos amigos que, en el fondo, son poliamorosos de corazón, pero se siguen empeñando en el otro modelo; muchas veces porque se enamoran de personas que son muy monógamas. Porque, cuando eres poli el “mercado” disminuye muchísimo. A mí me ha pasado muchas veces que me interesa una persona, quedamos, lo pasamos bien, tenemos sexo y, de pronto, te dejan porque no les ofreces exclusividad sexual. Y duele, porque en el fondo estás ofreciendo algo que quizá podría ayudar a esa persona a liberarse de condicionamientos del patriarcado internalizados. Pero es muy difícil porque la monogamia socialmente impuesta se ha convertido también en una monogamia psicológicamente impuesta. Además, esto me ha pasado incluso con mujeres supuestamente feministas, incluso cuando el deseo de la monogamia proviene originalmente del patriarcado, del control de la mujer. Dicho esto, como comentaba antes, también respeto y creo que hay que respetar que tanto hombres como mujeres (feministas o no) deseen una relación monógama. La pregunta clave es: ¿Es esta una elección psicosocialmente libre? ¿En qué grado? Obviamente, el vivir en una cultura mononormativa por tantos siglos hace muy difícil poder contestar a estas preguntas, pero creo que es importante realizarlas.
P.- ¿Crees que el feminismo sólo puede ser poliamoroso?
R.- No. No, porque hay muchos tipos de feminismo y feminismos con distintos tipos de énfasis. Pero sí que creo que una persona feminista debería indagar en estos temas y no simplemente aceptar lo dado y no cuestionarlo. Creo que hay algo de responsabilidad en este respecto, sabiéndose como se sabe cuáles son los orígenes de la monogamia y las dinámicas de internalización psicológica de ideologías sociales.
Muchas feministas de los años 60 y 70 fueron las primeras en denunciar todo esto. Lo que pasa es que después esta denuncia se fue como licuando y ahora esté re-emergiendo con el movimiento del poliamor.
Creo que la mayoría de mujeres poliamorosas son feministas –de una manera u otra-, y, de hecho, el poliamor está muy de moda entre grupos de espiritualidad femenina. Una estudiante de California hizo su tesis doctoral sobre este tema: afiliación religiosa de gente poliamorosa. Muchísimas paganas, ¡pero mujeres cristianas no había casi ni una!
Por lo tanto y volviendo a tu pregunta, creo que hay conexiones claras, pero no necesariamente implican que toda feminista tenga que ser poliamorosa.
En última instancia, lo que hay detrás de las guerras mono-poli es lo que llamo el “narcisismo relacional”: la creencia profundamente asentada de que mi opción relacional no solo es la mejor para mí, sino que es la mejor para todos; y los que no lo entienden es que les pasa algo.
P.- Algunos amigos monógamos que se plantean abrir su relación me comentan que tienen miedo a que su vida se convierta en una especie de Sodoma y Gomorra. De alguna manera, ven la monogamia y la no monogamia como dos extremos opuestos radicalmente: blanco o negro. Poca gente es capaz de ver los matices. Tú, en otro de tus artículos, hablas precisamente de una especie de estado “intermedio” o de la fluidez entre estos dos polos. Le has llamado “novogamia”. Explícame un poco más sobre el tema.
R.- Desde hace unos diez años, cuando escribí mi primer artículo sobre este tema, Monogamia, poliamor y más allá (2), yo ya estaba interesado sobre todo en lo que se abre en ese “más allá”. Personalmente, nunca acababa de conectar con los grupos poliamorosos de California –aparte de ser muy poliamoristas, iban de rollo neotántrico algo “volado” y sentía que no eran mi tribu. Para muchas de estas personas, el poliamor se está convirtiendo en una ideología igualmente limitadora como la monogamia. Y a mí eso de estar “en cajones” no me gusta.
En cierto momento, después de varios años de relaciones abiertas, intenté explorar qué podía aportarme la monogamia. También estuve tres años célibe, así que mi evolución ha sido un poco rara. Y, desde esta experiencia personal, llegó un momento que ni me identificaba con ser monógamo ni con ser poliamoroso. Sentía que tenía la libertad de vivir los dos tipos de relaciones sin conflictos y que la elección dependía de las cartas que me echaba la vida en cada momento.
Todo esto coincidió con la revolución transgénero y transracial, perspectivas que han socavado, han deconstruido y han superado el pensamiento binarista – no solo conceptual sino vivencialmente. Estos movimientos fueron inspiradores, porque sentía que estaba viviendo algo así en el ámbito relacional. Y por eso empecé a “mapear” el territorio entre estas dos polaridades (poliamor-monogamia), al que he dado el nombre –gracias a ti (3)- de novogamia.
En mi último artículo sobre el tema (4), hablo de tres modos de novogamia: la fluidez, la hibridación y la trascendencia. Un ejemplo de fluidez sería que una persona, en diferentes momentos de su desarrollo personal, puede tener necesidades distintas -sexuales, emocionales, espirituales- que pueden responder a un tipo u otro de relación. Es importante entender que tal fluidez no es algo lineal ni universal para todo el mundo. Desde la mononormatividad actual se nos dice que, cuando eres un chaval, está bien que explores, pero después, en algún momento, tienes que elegir al one. ¡No! A lo mejor uno puede empezar así y después elegir al one y con el one te das cuenta de que quieres abrir la relación de pareja y, a lo mejor, después de abrir la relación, uno u otro quiere entrar en una relación monógama en el futuro por cierto tiempo o incluso un tiempo indefinido.
La hibridación ocurre cuando lo mono y lo poli están ocurriendo al mismo tiempo. Por ejemplo, todos tenemos distintas voces internas, distintas necesidades, distintos deseos… y también distintos centros. Tenemos corazón, mente, conciencia, cuerpo… Y creo que en la mayoría de las personas no hay una sola voz. Hay muchísimos hombres y mujeres que emocionalmente desean la monogamia, pero instintivamente quieren otra cosa. Y a veces puede ser que intelectualmente entiendas y apoyes el poliamor, pero sexualmente sientas que solo quieres estar con una persona.
Y la trascendencia es lo que un nuevo termino como novogamia puede nombrar: trascender el binomio. No eres ni una cosa ni la otra, sino que tienes una identidad distinta, sin encajonarte en lo monógamo o poliamoroso. También puede haber personas que rechacen cualquier nueva terminología como un nuevo cajón. Yo creo que todas estas opciones son igualmente validas según para quien y su momento.
La monogamia socialmente impuesta se ha convertido también en una monogamia psicológicamente impuesta
P.- ¿Por qué hay tantas personas que prefieren –aunque no lo desean- que les engañen a encarar una conversación en la que se pueda decir: “aunque he decidido estar solamente contigo, esta persona me atrae sexualmente, estoy enamorado de esta otra, etc.”? Ya no hablo de romper con el modelo, sino de poder tener una conversación con tu pareja en la que se cuestione, sin que eso signifique un cisma para la relación.
R.- Es que es muy jodido… Yo esto lo viví una vez y me entristeció mucho. Fue en California, con la primera pareja con la que viví. Era una chica que estaba intelectualmente abierta a la idea, pero sentía que necesitaba una exclusividad sexual por un tiempo, y yo se la ofrecí. Nunca estuve con ninguna otra persona en los tres años que estuvimos juntos. Pero iban pasando los años y ella nunca estaba lista y gradualmente me di cuenta de que nunca iba a estar lista porque no es lo que quería. Ella lo que esperaba es que yo cambiara y solo la quisiera a ella. Y esto ocurre bastante.
En relación a tu pregunta, con esta chica estuvimos experimentando mucho y había una pareja con la que teníamos bastante onda. Y él vino una vez a hablar conmigo –¡como si ella fuera mi propiedad!- para decirme que le gustaba mucho mi novia y que tenía la fantasía de tener un encuentro sexual con ella y su chica. Le dije que me parecía bien, pero que con quien tenía que hablarlo era con ella. Y entonces mi novia dijo que no con argumentos del tipo “¡qué va!, ¡no, para nada!, ¡no me atrae! ¡pero qué dices!”
Bien, al cabo de un tiempo dejé la relación y a los dos meses o así me entero de que está liada con este chico a espaldas de su mejor amiga, que era la pareja de él. O sea, se te ha ofrecido poder hacerlo de una manera completamente transparente, con conocimiento y apoyo de tu pareja. No lo haces y después lo haces a la vieja usanza. A mí eso me dio una lección fortísima sobre el peso del pasado. ¡Qué fuerza tiene!, que incluso cuando se te plantean las circunstancias óptimas para hacerlo de una manera distinta, se acaba optando por la vieja usanza.
Por supuesto aquí había otro factor, súper importante en estos casos, y es que ella tenía miedo de que si se liaba con este chico yo me iba a liar con otra, y eso sí que no lo quería. Esto ocurre muchas veces en situaciones así: la gente engaña y no lo hace transparentemente porque, si lo abre, tiene miedo a que su pareja también lo haga, y eso no lo quieren consentir, porque no pueden asumirlo.
Otro miedo muy común es hablarlo y que la persona que tú quieres te deje. Este es un miedo comprensible dentro de un contexto mononormativo. Y a veces entramos en la paradoja de que la gente engaña no porque no quiera a su pareja, sino porque la quiere. Si no la quisiera, la dejaría. Y no le dice que la engaña por lo mismo: porque no la quiere perder. Porque sabe que, si se lo dice, la relación se acaba. Muy triste.
P.- ¿Y no tiene más lógica en estos casos ser valiente y decirlo a seguir con una pareja que no te hace plenamente feliz, aunque la quieras?
R.- Esa es una buena pregunta, obviamente. Yo se la he hecho muchas veces a mis amigos en estas situaciones, pero es complicado. Pienso en un amigo en concreto que lleva ya unos años con su pareja y se quieren mucho. Él teme que, si se lo dijera, se perdería la magia que tienen y causaría un daño irreparable en la relación. En realidad, es un poco egoísta y contraproducente, porque estás infantilizando a la otra persona, como protegiéndola de algo, y eso no es bueno ni para la relación ni para apoyar el crecimiento de tu pareja.
Llegó un momento en que ni me identificaba con ser monógamo ni con ser poliamoroso. Sentía que tenía la libertad de vivir los dos tipos de relaciones sin conflictos y que la elección dependía de las cartas que me echaba la vida en cada momento.
P.- Vamos a obviar los modelos mixtos de pareja. Cuando una persona monógama y otra no monógama se gustan y comienzan una relación, ¿quién se supone que se tiene que “pasar de bando”?
R.- ¡Hombre!, obviamente, la persona poliamorosa (ríe). Porque estamos dentro de la mononormatividad, que es lo que estábamos hablando. Incluso en ambientes liberales e intelectualmente sofisticados, en una situación así, al monógamo le dicen: “claro, estás en todo tu derecho a pedir exclusividad”. Y al poliamoroso se le suele decir: “si la quieres, tienes que resignarte”.
Por un lado, es obvio que hay que respetar los límites y decisiones de cada persona. Pero, por otro lado, esta situación mononormativa hace que nunca se anime a las personas monógamas a cuestionar el modelo. A lo mejor en un contexto distinto, sus amigos le dirían: “¿Qué es lo que te impide abrirte a que tu pareja sea poliamorosa? Tú no tienes por qué serlo. ¿Qué miedos te confronta? ¿Qué es lo que te despierta?” Todo esto se pierde y con ello se pierde una oportunidad de crecimiento tremenda. Lo cual no significa que toda persona monógama deba crecer en esta dirección, pero sí que creo que, teniendo en cuenta la mononormatividad y el condicionamiento que hemos recibido por siglos y siglos, estas tendencias se tendrían que -al menos- observar y cuestionar.
P.- ¿No crees que las personas poliamorosas están copiando muchos patrones de la monogamia en cuanto al concepto de relación, los estándares de éxito de la misma (duración vs. calidad), el tema de las jerarquías y que el modelo predominante sea el de tener una pareja principal y varias relaciones satélite…?
R.- Sí, pero es casi inevitable que muchísimas de las personas que están explorando este nuevo paradigma lo hagan con una hipoteca del paradigma anterior. Esta hipoteca implica que se filtren valores de la monogamia, de roles de género, etc. Lo que has hablado, por ejemplo, de los estándares de éxito es uno claro. ¿De dónde viene la idea de la longevidad? Del antiguo voto monógamo: “Hasta que la muerte nos separe…”
A mí, curiosamente, me llevó años cambiar este estándar porque al principio, cuando empecé a explorar relaciones poliamorosas, también lo hacía -en parte- con una inquietud de ver si así la gente duraba más. Porque conocía parejas abiertas que después de muchos años lo llevaban muy bien y muchos amigos monógamos que cada dos meses tenían una nueva relación –la monogamia en serie-. Pero me llevó bastantes años cuestionarlo.
¿Por qué la longevidad es un estándar de éxito y no lo es la calidad del amor que se ha vivido y el poder transformador de la relación? Por ejemplo, podríamos preguntarnos si he crecido personalmente, si soy una persona mejor, menos egoísta, menos narcisista; cómo me ha concienciado a nivel ecológico-social-político esta relación; cómo he crecido espiritualmente… Hay un montón de estándares que creo que son más valiosos ahora. Ya no mido las relaciones por lo que duran, sino por lo que te dan. No solo a ti, sino a la otra persona, y más allá.
También está, en el lado poli, lo que se llaman las “masculinidades poli-hegemónicas”. Son hombres –también habrá mujeres, pero más hombres- que entran en el poliamor y reproducen los estándares de la monogamia, pero en plan harén. ¡Y que nadie se acerque a ninguna de sus chicas! Esto es una distorsión; una distorsión muy seria. Para mí está muy claro: el mayor valor psicoespiritual de la no monogamia no reside en que puedas estar con distintas personas, sino que puedas apoyar e incluso celebrar que tu pareja esté con otras personas.
La gente engaña y no lo hace transparentemente porque, si lo abre, tiene miedo a que su pareja también lo haga, y eso no lo quieren consentir, porque no pueden asumirlo.
P.- Me gustaría que habláramos del concepto de relación en la no monogamia. ¿El sexo es un valor sine qua non para que se considere como tal?
R.- Yo creo que no. Esa típica fobia de que los poliamorosos están obsesionados con el sexo… ¡yo creo que es más bien al contrario! En la monogamia el sexo es sacrosanto y hay una obsesión con que sea exclusivo de la pareja. En mi caso he tenido relaciones con amigas con quienes me acostaba o había sensualidad, pero no sexo; había gente con quien era una cosa más de corazón, había otras que era puro sexo… Se abre todo un espectro de nuevas posibilidades de relación.
El sexo es lo que más desafía el paradigma mononormativo. Todas las relaciones monógamas –a menos que sean muy muy cerradas- permiten a sus parejas que tengan amigos por los que sienten afecto, pero nada de sexo con otros. Pero el poliamor va más allá del sexo; va del amor y de sus muchas manifestaciones.
¿Por qué la longevidad es un estándar de éxito y no lo es la calidad del amor que se ha vivido y el poder transformador de la relación?
P.- No sé si a ti te habrá pasado –a mí sí-, pero en ocasiones algunas personas -hombres cis, para ser más exacta- han querido retrasar un encuentro sexual que expresaban desear “para poder conocerme mejor”, como si las personas no pudieran conocerse follando. ¿Seguimos viendo el sexo casual como algo sucio y separado del amor?
R.- Para mí esto viene de un residuo mononormativo también. Es lo que siempre se ha aconsejado: primero conoces a una persona, no folles con ella inmediatamente y, cuando ya haya amorcito y receptividad, entonces puede haber sexo.
El tema está también en cómo concebimos las relaciones sexuales. Si solo las tenemos por el orgasmo, para corrernos y ya está –con el chip cultural automático-, eso tampoco facilita mucho la conexión o que dos personas se conozcan. En cambio, si vamos con curiosidad y una mentalidad abierta a explorar la sensualidad y la relación con el otro, se abre un campo distinto.
P.- Hay muchas personas que comparten la teoría de que somos energía. Algunos amigos que piensan así me decían que abrir una relación no es bueno porque estás contaminando la energía de la pareja. ¿Puritanismo energético?
R.- Yo esto lo he vivido con algunas personas. Hay varios temas aquí. Por un lado, se puede cuestionar el por qué abrir el contenedor energético entre dos personas es necesariamente tóxico o nocivo o va a dañar la integridad de ese contenedor alquímico. ¿Por qué no lo puede enriquecer, darle otra cualidad, más creatividad y cosas buenas? Así que para mí no es tanto el abrirlo o no, sino el discernir cuándo y con qué tipo de personas abrirlo. Lo que suele pasar aquí es que realmente una de las personas –o las dos- no quiere abrirlo por otros motivos: miedo al abandono, ser comparado o mil historias. En la psicología transpersonal lo llamamos “evasión espiritual”: recurrir a racionalizaciones espirituales para no tratar temas más de base, más psicológicos.
En muchos círculos new age o tántricos hay todo este discurso de la integridad energética del contenedor que solo se puede tener entre dos personas. Ehhh… Yo no me lo creo. Además he vivido alguna situación que refuta tal planteamiento. Hace muchos años, tuve una pareja que decía que, si yo estaba con otra persona, ella lo iba a sentir energéticamente y eso le iba a impactar negativamente de tropecientas maneras. Teníamos una relación monógama, pero hubo un punto en el que sentí que tenía que vivir una exploración sexual sobre un tema, y, estando solo de viaje, la tuve. Tenía muy claro que se lo quería explicar, pero debido a una serie de circunstancias (viajes, visitas de familiares, etc.), tardé así como un mes en decírselo.
Lo curioso es que, durante ese mes tras mi exploración, ella repetía que nuestra vida sexual era mejor que nunca y que estaba súper feliz, llegando a pedir un compromiso mayor; estaba radiante, estaba fantástica. Pero, obviamente, el compartir mi exploración supuso el fin de la relación y además me acusó de haber cometido un “sacrilegio de su útero sagrado”. No me siento orgulloso de lo que pasó (es obvio que debería haber compartido mi inquietud con ella antes de explorarla y en retrospectiva pude reconocer que saboteé la relación porque sabía que ella nunca podría aceptar la apertura), pero me sirvió para comprobar que ella no solo no se había “contaminado”, sino que por el contario la apertura le había influido de manera muy positiva. Mi trabajo con la sexualidad fue bueno para la relación.
El mayor valor psicoespiritual de la no monogamia no reside en que puedas estar con distintas personas, sino que puedas apoyar e incluso celebrar que tu pareja esté con otras personas.
P.- ¿Qué pasos crees que tiene que dar la sociedad para dejar de pagar la hipoteca monógama que estamos pagando?
R.- Yo creo que ya se están dando. A un nivel conceptual, el reconocimiento de la situación, de esta hipoteca, ya es un paso importante. Son tantos años de influencia que incluso a las personas más liberadas todavía le pesan los valores del modelo anterior.
A nivel personal conecto mucho con el trabajo de Ramon V. Albareda (5), quien defiende la necesidad de hacer un trabajo profundo interpersonal y de transformación de las energías más primarias, aunque este trabajo es delicado y difícil. Como en todo, andando se hace camino y, a base de ensayo y error, vas aprendiendo, y todo eso es valiosísimo. Pero, si no se cambian ciertos chips de la energía más primaria –la energía sexual- es muy difícil cambiar de paradigma de verdad y a niveles profundos.
P.- Mucha gente ni siquiera compra el argumento de que somos energía…
R.- A mí me gusta hablar con gente de todo tipo, porque siempre encuentro que es una cuestión de códigos conceptuales. Quien no habla de energía, habla de genética. Siempre se puede hablar de estas cosas en función de quién sea tu interlocutor. En la psicología evolutiva hay cantidad de lenguaje que se puede usar en este sentido.
El sexo es lo que más desafía el paradigma mononormativo. Pero el poliamor va más allá del sexo; va del amor y de sus muchas manifestaciones.
P.- Sé que tu familia sabe de tu condición no monógama –y que tu madre es una de tus fans- y te quería preguntar cómo fue tu salida del armario.
R.- Lo primero que empecé a hacer fue cuestionar el modelo monógamo cuando hablaba con mis amigos. Aquí en Barcelona para mí fue muy importante conocer a Ramon V. Albareda y Marina Romero (6), quienes vivían un modelo de relación abierta y a los que parecía irles muy bien después de muchos años (en aquel entonces, aún entronaba la longevidad como estándar de éxito relacional). Me hizo sentir que no estaba solo ni loco, o que al menos había otros locos como yo. Locos que además eran muy racionales, emocionalmente inteligentes y simpáticos. Eso me ayudó mucho.
Una vez en California ya empecé a decirlo públicamente -incluso en mi trabajo- y a escribir artículos sobre el tema. Después de esto, de visita en Barcelona, fue cuando lo hablé con mis padres. Y me sentí muy apoyado. Yo crecí en un ambiente en que los celos no existían. Mis padres tenían pollos por otras cosas, pero no por celos, y eso creo que también me influyó bastante.
Mi madre me dijo que lo entendía perfectamente, que tenía todo el sentido del mundo e incluso que, de haber conocido estas posibilidades, ella y mi padre podrían haberlo hecho –en aquel momento estaban precisamente divorciándose-. No hubo que convencerla. Y con mi padre fue muy bonito. Sus ojos se humedecieron, porque él había estado engañando a mi madre a la antigua usanza y, al yo comentarle la transparencia con que gestionaba todo esto, le saltaron las lágrimas. Sentí -aunque no me lo dijo- que en el fondo a él le hubiera gustado hacerlo de esta manera, pero no pudo, seguramente por todo el peso del patriarcado y las circunstancias sociales de aquel entonces. No había recursos ni conocimientos ni nada.
P.- Supongo que eres consciente de que eres muy afortunado
R.- Sí. A mi hermano curiosamente es al que más le costó entenderlo. Cuando presento alguna novia nueva, suele bromear diciendo aquello de “a ver si esta ya es la última. No nos presentes más, si no es la definitiva”. Lo dice en broma, claro, pero no deja de ser un típico comentario mononormativo.
Me pasó una vez una cosa curiosa: una estudiante de California, antes de graduarse en la universidad donde trabajo, vino a hacer la entrevista de salida conmigo en mi rol de su consejero académico. No la había visto casi nunca y me confesó que no había asistido a ninguna de mis clases porque había oído que era poliamoroso. Era asiática –para ponerlo en contexto cultural-. Pero imagínate que te dicen: “no tomo tus clases porque me he enterado de que eres gay… o porque eres mujer”. La intenté comprender, pero también le dije: “imagínate que alguien te explica que no toma tus clases porque eres de Bangla Desh”.
A veces tenemos que tragar mucho. Normalmente estas cosas no me molestan, pero a veces me tocan y es como: “¡ostras, otra vez con estos temas! ¡Qué aburrimiento!” Siempre he sentido que hay que tener una paciencia infinita para educar, expresar, compartir, pero… ¿Cuándo llega el nuevo mundo? (ríe)
Vivir este camino con integridad requiere mucho sacrificio porque pierdes a personas con las que podrías tener una relación muy bonita y ves cómo eligen a otras simplemente por la promesa de una exclusividad sexual.
P.- El otro día un amigo me comentaba que, por su incapacidad de ser fiel, se estaba planteando “meterse en el poliamor”, como si fuera un sitio en el que entrar más que un cambio de chip. Lo más gracioso –o triste- de todo es que el principal motivo por el que no lo veía claro es por la reducción del “mercado de mujeres” disponibles.
R.- Es una realidad brutal. Y dura (ríe). Vivir este camino con integridad requiere mucho sacrificio porque pierdes a personas con las que podrías tener una relación muy bonita y ves cómo eligen a otras simplemente por la promesa de una exclusividad sexual. Aún a sabiendas de que no hay garantías y, de hecho, sí muchas probabilidades (al menos según las estadísticas actuales) de que acaben poniéndole los cuernos a sus espaldas.
Creo que, en muchos casos, detrás de esa incapacidad que tiene cada vez más gente de ser fiel –que siempre se ve como algo negativo- se puede vislumbrar una sabiduría escondida que está empujando las relaciones humanas a evolucionar. Hay cantidad de hombres y mujeres infieles que sufren por su comportamiento –por esa polifobia internalizada de la que te hablé al principio- y habría quizá que empoderarlos y decirles que podrían estar en la vanguardia de una ola evolutiva: la capacidad emergente de amar a más personas a la vez.
P.- Es la primera vez que escucho a alguien defendiendo la infidelidad como una capacidad de amar a más personas, en vez de demonizarla como algo negativo. Diría que muchas personas engañadas te enviarían a la mierda al leer esto.
R.- Lo sé, y las escucharía y puedo entender su dolor. Pero también les diría que ese engaño solo ocurre en el contexto de un paradigma monógamo, que es el que genera la posibilidad o necesidad del engaño. Sin monogamia, no hay adulterio. Y obviamente, cada situación tiene que analizarse individualmente; hay casos de personas que engañan sistemáticamente sin ningún tipo de escrúpulos.
Hay cantidad de hombres y mujeres infieles que sufren por su comportamiento y habría quizá que empoderarlos y decirles que podrían estar en la vanguardia de una ola evolutiva: la capacidad emergente de amar a más personas a la vez.
P.- En este sentido, es curioso ver que, cuando una relación monógama fracasa, nadie culpa al sistema. Te dicen que no era “la persona”. En cambio, cuando una relación no monógama fracasa, todo el mundo corre rápidamente a decirte que ya te habían avisado antes y que cómo podías esperar que una relación así funcionara. Sin tener en cuenta que quizá no sea un problema del sistema, sino de las personas implicadas.
R.- Exacto. Y encima, en el caso del fracaso de la relación monógama, tus amigos siempre acusan “al otro”, pero cuando fracasa una relación poliamorosa te hacen pensar: “What’s wrong with me? ¡Tengo que ir a psicoterapia!” (ríe). A lo mejor no va por ahí…
Hay que observar los cambios que se han hecho en los últimos años. En ese sentido, creo que ahora vamos hacia una legitimación de una pluralidad de opciones en las cuales cada persona, cada pareja, cada tríada -lo que sea- va a ir diseñando su relación con los recursos que tiene y en la medida que les funcione. Relaciones por diseño, que se llama. Tiene su sentido y yo creo que esta tendencia es tan imparable como buena.
P.- Parece como los libros de “Elige tu propia aventura”, en plan, si quieres seguir adelante, pasa a la página 54, si…
R.- ¡Exactamente! (ríe) ¡Es que es eso! Ese paralelismo es bueno. El amor y el sexo son una aventura y, sí, tú eliges qué aventura quieres tener en relación con la gente que estás.
Con la gorra más visionaria puesta, diría que todo este siglo va a ser un siglo de mucha más diversidad, visibilización de las minorías… y ocurrirá un poco lo que decía Pamela Haag en su libro Marriage Confidential: Love in a Post-Romantic Age: El sexo extramarital será en el siglo XXI lo que el sexo premarital fue en el siglo XX: algo que al principio fue rechazado como una locura, después se empezó a tolerar y al final se acepta como súper normal.
Eso sucederá en unas décadas, y así, en plan siglos, todo dependerá de si sigue habiendo una expansión del trabajo personal, de la integración de los tipos de amor –el ágape y el eros-… No sé si llegaremos a las nociones que vaticina la anarquía relacional, pero creo que en el futuro el sexo entre amigos será muy normal y se considerará un umbral a la amistad profunda. Creo que se normalizará todo esto, aunque aquí el peligro es que se trivialice la sexualidad, como ha ocurrido en algunos países nórdicos. Creo que hay que desmitificar el sexo, por un lado, pero también resacralizarlo. Y de esta manera se crearán nuevos vínculos, nuevas tribus, un nuevo futuro.
—–
NOTAS
(1) Ferrer, J. N. (2018). Mononormativity, polypride, and the “mono-poly wars.” Sexuality and Culture, 22, 817-836. https://doi.org/10.1007/s12119-017-9494-y
(2) Ferrer, J. N. (2007). Monogamy, polyamory, and beyond. Tikkun: Culture, Spirituality, Politics (Jan/Feb), pp. 37-43, 60-62.
(3) Jorge acuñó el término él solito, pero lo hizo originariamente en inglés (nougamy). Yo traduje su artículo al español y entonces le propuse el término “novogamia”.
(4) Ferrer, J. N. (2018). Beyond the non/monogamy system: Fluidity, hybridity, and transcendence in intimate relationships. Psychology and Sexuality, 9(1), 3-20.
(5) Ramon V. Albareda es psicólogo, teólogo, sexólogo y fundador de ESTEL, Centro de Crecimiento Personal y Escuela de Estudios Integrales. Tuve el placer de entrevistarle previamente también en este espacio. Podéis consultar su entrevista aquí.
(6) Holoterapeuta especializada en sexualidad holística y cofundadora de ESTEL.
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9 Comments
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Sordito
Oct 31, 2018 at 19:03
Good job!!!! 👏👏👏👏👏👏
Sandra Bravo
Oct 31, 2018 at 19:24
Gracias! ❤️
El concepto de relación en la no-monogamia - Hablemos de POLIAMOR
Nov 12, 2018 at 15:02
[…] Gracias! ❤️… […]
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Dic 17, 2018 at 13:43
[…] compartir con vosotrxs esta reflexión de Jorge Ferrer, a quien ya entrevisté en esta misma página y a quien recomiendo seguir y leer. En esta ocasión, […]
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