Publicado en MaMagazine el 9/2/21
Es genial darte cuenta, día tras día, de que no estás sola. De que te pasan cosas que nunca contaste, que pensabas que solo te sucedían a ti, que te guardaste. Y empiezas a leer, a escuchar a otras mujeres que, del brazo de la valentía y el amor propio, sacan a la luz sus experiencias, deseos y temores, que también son los tuyos. Te das cuenta de que no eres la única mujer que, de jovencita, se sintió rara, defectuosa, «ligera de cascos». Cuando tu deseo pugnaba contra lo que los demás esperaban de ti podías hacer dos cosas: que te diera igual todo, asumir las críticas, eliminarlas de tu disco duro y tirar hacia adelante, o rendirte ante las opiniones ajenas y capar tu deseo. Y no solo esconderlo: sentirte culpable, además. Ay, la culpa.
Es genial darte cuenta de que los testimonios sobre el deseo y el amor abundan y que no son complacientes con lo que tradicionalmente se esperaba de ellos: estos relatos los escriben las mujeres. Estas vivencias las comparten las mujeres. Las viven, las sueñan, las imaginan y, además, las cuentan. El deseo femenino, hasta ahora, solo era válido cuando servía al deseo masculino. Una de estas mujeres es la periodista Sandra Bravo, que ha encontrado en la escritura una forma de volcar sus dudas existenciales y ejercer un activismo político que defiende algo muy básico: que existen más relaciones que las monógamas y heteronormativas. Que hay tantas formas de relacionarse como personas y que vivir el amor y la sexualidad de manera libre y coherente con una misma es tan posible como saludable.
Sandra lleva tiempo generando este debate en su blog Hablemos de poliamor y acaba de publicar el ensayo Todo eso que no sé cómo explicarle a mi madre con la intención de explicar su experiencia, sus dudas, sus reflexiones, sus miedos y sus conclusiones sobre amor, poliamor, sexualidad, deseo y relaciones. Con ella charlamos para saber cuál es el germen de este ensayo y qué podemos hacer para salir del peligroso bucle del amor romántico, de la estrechez de las relaciones poco equitativas y de un encorsetamiento y perversión del amor que cada vez nos sirve menos y nos harta más.
P.- ¿Qué te llevó a escribir sobre sexo, poliamor, amor romántico y feminismo?
R.- La necesidad. Me he sentido tan sola y tan perdida por no encajar en las ideas mayoritarias sobre el amor o la sexualidad que necesitaba expresarlo por varios motivos. Uno, para demostrar que la idea de normalidad es violenta para muchas personas. Si recibes sistemáticamente el mismo mensaje sobre cómo debes comportarte, amar o vivir tu sexualidad, pero no coincide con tu forma de sentirlo, moldearte a la norma es renunciar a tu persona, sentirte “defectuosa” y culparte por no poder ser como las demás. Hasta que no tienes las herramientas para entender que lo personal es político y rodearte de gente afín, puede ser muy duro. Por eso debemos ampliar la mirada. Por una cuestión casi puramente ética. Darle estatus y validez a una identidad hegemónica y patologizar al resto es deshumanizar a muchas personas… ¡Eso no tiene ningún tipo de sentido!
También he escrito a modo terapéutico: para dar entidad a mi discurso, y para intentar mejorar la relación con mi madre, porque el miedo a mostrarle mi auténtica identidad me ha alejado mucho de ella y de toda mi familia de origen. Y, por último, mi libro es una forma de activismo personal. Me fascina escribir y creo que dando voz a realidades disidentes puedo contribuir a que otras personas se muestren sin miedo y entre todas cuestionemos los valores hegemónicos para hacer de este mundo un lugar más amable. Feminista, para resumirlo en una palabra.
P.- Ya hemos llegado hasta aquí. Nos creímos que nos validaba el amor de un hombre. Nos pasamos toda la adolescencia queriendo tener novio, ser elegidas. Crecimos, estudiamos. Pensamos que éramos libres. Que elegíamos. Y nos vimos emparejadas, cargando con un trabajo fuera de casa y otro dentro. Con suerte, algunas de nosotras, “ayudadas” por nuestras parejas. Además, hemos tenido hijos.
¿Qué pasa ahora? ¿Qué hacemos con este anacronismo? ¿Qué hacemos con este “no me habían contado que esto era así”? Porque esta insatisfacción no conoce de clases sociales o, si la conoce, quizá sea más notoria en las mujeres trabajadoras de clase media. ¿Cómo salimos de ésta airosas?
R.- Haciendo piña. Ese “problema que no tiene nombre”, que apuntaba Betty Friedan en La mística de la feminidad, refleja esa ansiedad y esa frustración colectiva que experimentan muchas mujeres que, después de seguir el manual de “perfecta madre y esposa”, sienten que las han engañado, que la historia no es como en las películas que les habían contado. Por eso considero imprescindible que alcemos la voz, que expresemos bien alto nuestras frustraciones, que nos apoyemos y cuidemos entre nosotras y que reclamemos que dejen de explotarnos de una vez por todas como madres, esposas y eternas cuidadoras. ¡Cuidar no es nuestra obligación! Aislarnos en una pareja por amor puede ser muy peligroso, y renunciar a nuestras amistades y núcleo cercano para formar una familia es separarnos de nuestro mejor sostén. No tengamos miedo a decir “a mí tampoco me ha funcionado” porque, como la lucha feminista ya viene demostrando desde hace tiempo, esto es un mal de todas. Así que unámonos –en vez de competir entre nosotras por un hombre, como nos sugiere el sistema- y luchemos juntas para tumbar al patriarcado antes de que él nos tumbe del todo a nosotras. Los males sistémicos hay que combatirlos en masa.
P.- ¿Cómo podemos deshacernos del mito del amor romántico?
R.- Con mucha paciencia… Los mitos del amor romántico atraviesan todo nuestro imaginario colectivo y romper con ellos es realmente difícil, porque es como negar la mejor de las utopías: el amor que nos complementa y nos eleva a la felicidad máxima. Lo que no nos dicen es que nos han vendido una promesa de amor romántico con final feliz que es directamente falsa y frustrante, y en los peores casos incluso violenta, sobre todo para las mujeres.
La crítica al amor romántico requiere que nos eduquemos colectivamente a amar de otra manera, visibilizando lo absurdo –y lo violento- de sus mitos, como pensar que somos personas incompletas o que los celos son sinónimo de amor verdadero. Aunque pensemos que, una vez enamoradas, es el amor quien nos lleva y no nosotras, eso no es cierto. Seguimos teniendo el timón del barco. Algo que puede ayudarnos a no ir a la deriva por intentar vivir una historia de amor como la de las películas es ralentizar la forma en que conectamos con otras personas, procurando no seguir todo el guión romántico –noviazgo, convivencia, boda y crianza- del tirón y a toda velocidad. Es necesario que generemos nuestras propias dinámicas de relación, sin darle un lugar tan privilegiado a la pareja y sin descuidar con ello a nuestras amistades y personas de nuestro entorno que nos apoyan.
El amor romántico nos aísla en parejas. Romper con ese aislamiento es un gran primer paso para tener más capacidad de lucha colectiva. Eso no significa renunciar al amor, sino dejar de encumbrar a la pareja; dejar de entregarnos a otra persona pensando que es la mitad que nos complementa; dejar, en definitiva, de ceder nuestra potestad personal en pro de una estructura de pareja ideal que no existe.
P.- ¿Cómo podemos educar a nuestras hijas e hijos -sobre todo a las hijas- para que se liberen de nuestras cargas y prejuicios?
R.- Necesitamos educar con una mirada más amplia, y para ello debemos ser más críticas con el discurso hegemónico. ¿De verdad, siendo tantas personas en este mundo, es creíble que todas tengamos que seguir un mismo modelo? ¡Eso no se sostiene por ningún lado!, lo que pasa es que, si nos lo creemos, perpetuamos los privilegios de quienes más tienen (que son quienes construyen ese discurso mayoritario que les avala, evidentemente).
Creo que la pregunta puede ser una gran herramienta para educar a los peques. En vez de darles respuestas universales para todo, enseñémosles a pensar. ¿Te has planteado por qué una persona negra es tratada de peor manera que una blanca? ¿Crees que los cuidados son una tarea exclusiva de mujeres? Si tus amistades son importantes, ¿no te resulta extraño que renunciemos a ellas de forma mayoritaria cuando nos emparejamos? ¿Por qué lo hacemos? Si les permitimos pensar en vez de inocularles nuestras ideas es muy probable que, además, nos ayuden a cambiar esta sociedad patriarcal y opresora en la que vivimos.
Todo esto en paralelo a seguir apoyando la lucha feminista, que es más necesaria que nunca.
P.- ¿Cómo es la relación con tu familia? ¿Han podido entender tu mensaje?
R.- Conocen el mensaje, pero sospecho que no llegarán a comprenderlo jamás. Aún así, sé que mi familia no me dará nunca la espalda, porque me ha demostrado que me quiere, aunque no me entienda. Pero también sé que desearían que algún día les dijera que todo esto ha sido “una etapa”, que ya está, que ahora “soy normal”. No aspiro a que me comprendan, pero sí me gustaría que no sufrieran en demasía y que no reciban mucha violencia de su entorno por la publicación de mi libro.
P.- Y tu madre, ¿qué dice?
R.- ¡Que soy demasiado moderna! Es una frase que me repite mucho y me hace mucha gracia. Sé que mi madre sufre por cómo soy, porque tiene muy interiorizado el discurso normativo. También sé que, en el fondo, se siente culpable, que cree que hizo algo mal conmigo para que yo le haya salido “así”. Con mi libro intento mostrarle que ella no tiene ninguna “culpa” sobre mi persona, porque no es algo que dependa de ella –por mucho que su crianza me haya influido- y porque no soy algo de lo que sentirse culpable. ¡No he hecho nada malo por ser como soy! No soy un “error” del que arrepentirse.
P.- ¿Qué lecturas y autoras te han ayudado a crear este compuestísimo ensayo?
R.- Lo mejor de mi libro, sin duda, es que reúno muchas voces feministas imprescindibles y muy variadas: Brigitte Vasallo, Coral Herrera, Mari Luz Esteban, Virginie Despentes, Irantzu Varela, Marina Garcés… Y podría continuar. Estoy eternamente agradecida a todas las personas que se han dejado, se dejan y se dejarán la piel en la lucha feminista. Ojalá algún día no sea necesario dejarse las entrañas en ello, pero gracias a las que me han antecedido, yo he podido mostrarme y escribir este ensayo. Sin ellas la violencia del sistema sería tal que no me atrevería a asomar la cabeza. Gracias por existir y favorecer que otras existamos. Me sumo a esta lucha feminista por necesidad y con un inmenso sentimiento de agradecimiento.
P.- ¿Cuál es tu mayor logro, tu mayor aprendizaje, en este camino que transitas hacia la libertad y el amor?
R.- Haberlo visto a tiempo… Aún no sé muy bien cómo lo hice, porque yo me anulé muchísimo en mi última relación monógama y estaba muy sola, pero fui consciente de que me estaba faltando al respeto y cogí fuerzas para salir de allí y empezar a generar una red de afectos más coherente con mi manera de entender las relaciones. Eso me salvó de no ir saltando de frustración en frustración en forma de relación romántica. Jamás entendí la monogamia, pero intenté practicarla -sin éxito- porque era lo que me habían inculcado. Romper con eso a tiempo fue mi salvación.