Si hace unos días me hacía un lío tremendo sobre el concepto de relación en la no-monogamia, os preguntareis por qué narices escribo ahora sobre la idea de “avanzar” en una relación, si no tengo claro ni lo qué es . Pues, por eso, para ver si me ilumináis un poquito. Así que, vamos allá.
De pequeña me educaron para creer que mi felicidad futura dependía de encontrar a medio hombre que me complementara y me protegiera, porque ser mujer y solterona es mucha mala suerte en una misma persona. Mis primeros juguetes fueron muñecas, casitas para muñecas, un cubo, una escoba y una fregona adaptadas a mi altura… Todo para que fuera captando el mensaje: “algún día” te casarás con un hombre (bueno), hipotecarás a los nietos que aún no tienes comprando una casa, tendrás hijos (a poder ser “la parejita”) y te convertirás en una obediente y siempre dispuesta “ama de casa”.
He de decir que de momento -al menos en mi caso- parece que alguien me ha echado mal de ojo, porque ni veo medios-hombres por la calle para tal función (parecen todos enteritos), ni tengo mucha intención de materializar aquel cuento de hadas con final de mierda que me vendieron cuando no tenía capacidad crítica suficiente para escribir mi propia historia.
Así que por aquí ando, teniendo relaciones que no sé definir, pero disfrutando de vínculos preciosos con personas maravillosas con las que, si hacemos zumo de naranja, es para recargar vitaminas después de un buen polvo. Aunque la alargada sombra de la monogamia siempre acecha sobre mí… (Esa sombra a veces se traduce en la voz de mi madre repitiéndome sin parar todo lo que debo hacer para ser una mujer de provecho. Es decir, a la que algún hombre acepte como esposa-objeto).
Si asumimos –como hace servidora- que ni la convivencia ni los hijos ni compartir hipoteca son sinónimos de “avanzar”, por mucho tiempo que lleves viéndote con alguien, ¿qué hace entonces avanzar una relación? Y más allá de eso, ¿debe avanzar una relación? ¿Acaso las relaciones se mueven? Quizá mi caos mental se deba a la asunción generalizada de que avanzar es sinónimo de mejora. ¿Realmente es así?
Mucha gente dirá: “si llevas años viéndote con alguien a pesar de no convivir ni seguir la cadena monógama de relación (sexo-convivencia-boda-hijos y divorcio), es sinónimo de que la cosa avanza”. ¿Es así? ¿No alargamos muchas veces las relaciones por monotonía y comodidad? Si quedas desde hace tiempo con alguien, pero no encuentras motivos para valorar esa relación (una vez pasado el subidón inicial de la novedad y el enamoramiento), ¿la relación está yendo a más o simplemente va a la deriva, sin rumbo?
¿Por qué centramos en la relación la capacidad de evolución y no en nosotrxs mismxs?
Otro ejemplo: conozco a alguien nuevo, pasamos una velada genial y no volvemos a contactar ni a vernos jamás. Cuánta gente entonaría un: ¡Oh, Dios mío, qué desgraciada soy, para una persona que me gusta y la historia fracasa! ¿Fracasa? Utilizamos con demasiada facilidad la palabra fracaso. ¿En serio una experiencia así puede verse como un fracaso? ¿No sería mejor que valoráramos todo lo que nos ha aportado, si hemos crecido personalmente gracias a la experiencia, si nos ha permitido conocernos mejor, si nos ha generado un placer nuevo y maravilloso? Porque todo eso puede experimentarse en muy poco tiempo e ignorarlo sería una pena.
Pero siempre queremos que haya “algo más” (aunque pueda ser peor y quitarnos el buen sabor de boca). El estándar monógamo de la longevidad nos pesa tanto (sobre todo para el tamaño de ciertas partes del cuerpo masculino) que nos hace perder de vista la calidad de un vínculo. Y eso nos condena al apego y a la frustración. Porque siempre hay que repetir, hay que tener más, hay que “avanzar”, aunque el destino de aquella relación fuera simplemente ese: una velada inolvidable de unas horas de duración. Sin más ni menos. Simplemente eso.
¿Qué nos impide disfrutar del momento presente, cuando hay tanta gente que lleva carpe diem tatuado en el culo? Estoy de acuerdo en que a todxs nos pueda apetecer repetir una experiencia cuando esta ha sido agradable y la persona nos ha fascinado. A mí me pasa. Pero, si la cosa no fluye, ¿por qué no agradecemos lo vivido y aprovechamos nuestro tiempo en hacer cosas más bonitas que mendigar atención o unas migajas de amor a cualquier precio?
Por un lado sucede que muchas veces esa necesidad de “avanzar” responde únicamente a otra necesidad que no queremos hacer tan visible, la de alimentar nuestro ego. Queremos que nos digan que somos una persona maravillosa, que necesitan volver a vernos de nuevo, que no pueden vivir sin nosotrxs y que jamás olvidarán el polvazo de aquella noche por mucho que vuelvan a follar en su vida. Por otro lado, nos cuesta tanto ser explícitos, preguntar y naturalizar la comunicación con otra persona, que en muchas ocasiones algo se queda estancado porque todas las partes implicadas están en casa revisando si su teléfono tiene cobertura y preguntándose si quizá le dieron mal el número de móvil y por eso no llama…
Dicho todo esto, me pregunto también por qué centramos en la relación la capacidad de evolución y no en nosotrxs mismxs. Un vínculo –del tipo que sea- es algo que se genera entre personas. Y esa relación no “avanzará” jamás si nosotrxs estamos “parados”. Si no hacemos un esfuerzo por revisar nuestro interior, por conocernos mejor (algo tan arduo que cansa incluso pensarlo), por abrir nuestra mente y dar saltos cualitativos en nuestra vida, ¿qué narices esperamos que avance a nuestro alrededor? Como mucho, las cosas pasarán de largo frente a nosotrxs y nos quedaremos mirándoles el culo.
El amor, las relaciones, los vínculos, el sexo… toda esa amalgama que forma parte de las cosas del querer (y que en la no-monogamia va con un extra de complejidad añadido) comienza en el yo –en el tú que ahora estás leyendo esto-. Así que cada vez que te lamentes porque “siempre te pasa lo mismo” en tu vida sentimental, cuestiónate qué estás haciendo mal (o cuestiona las presuposiciones aprendidas que te hacen creer que lo estás haciendo “mal”). En definitiva, pregúntate si estás haciendo alguna cosa o si simplemente estás paradx esperando a que Cupido apunte algún día su flecha envenenada de amor romántico patriarcal hacia tu corazón.
No tengas pánico al vacío relacional –la tan temida soltería que se confunde con soledad-, porque una red afectiva se compone de muchos elementos, no sólo sexoafectivos, y ser conscientes de ello es un gran paso (para cualquier personita de a pie y para la humanidad). De hecho, cuanto más extensa y sólida sea nuestra red afectiva (que puede incluir hasta a tu gato), menos presión emocional sentiremos de encontrar a “esa mitad que nos falta” y nos hace andar cojos por la vida. Y al mismo tiempo, cuanto más trabajemos nuestras emociones y amor propio, menos carga pondremos en una única persona que no tiene por qué atender todas nuestras necesidades emocionales. Ningún vínculo está preparado para ello; aunque nos machaquen hasta la saciedad para que nos lo creamos y lo tengamos taaaan interiorizado que lo sintamos como una necesidad apremiante que emerge de lo más profundo de nuestro ser (pónganme aquí un redoble de tambores).
El estándar monógamo de la longevidad nos pesa tanto que nos hace perder de vista la calidad de un vínculo. Y eso nos condena al apego y a la frustración
Ahora respira y piensa: ¿hasta qué punto vives tus relaciones con el piloto automático de la monogamia encendido? Y no digas que tú eres más de relaciones de pareja, porque aquí la cosa no va de multiplicar los vínculos sexoafectivos como los panes y los peces, sino de poner conciencia, ética y cariñito en nuestra manera de relacionarnos. Y de pararnos a pensar, conocernos un poquito mejor (o al menos intentarlo) y ser un pelín más originales a la hora de vincularnos (en coherencia con nosotrxs mismxs en vez de siguiendo la última moda relacional del momento; sea la que sea). Plantéate qué es lo que necesitas tú y las personas a las que quieres. Define tus estándares de calidad, lo que buscas en tus relaciones (en todas ellas), lo que quieres compartir… pero hazlo partiendo de la unidad mínima de relación: el yo. Y, después, ya puedes pasar al resto.
Hacerte preguntas y ser capaz de agradecer el momento presente te ayudarán a dejar de angustiarte por un futuro que nunca llegará. Siempre es hoy. Así que en el fondo podríamos decir que “avanzar” es ser conscientes del aquí y ahora, y actuar en consecuencia, y de manera transparente, sin ser egoístas, etc. etc. En fin, aplicando el tan escaso sentido común del que tantas veces se habla.
Cuanto más extensa y sólida sea nuestra red afectiva, menos presión emocional sentiremos de encontrar a “esa mitad que nos falta” y nos hace andar cojos por la vida
Llegados a este punto, si mi opinión te parece una bazofia que no compartes, estaré muy contenta de que hayas aplicado tu criterio personal, porque no pretendo convencer a nadie y porque esta es solo mi opinión y una reflexión con la que pretendo generar debate para alimentarme de otros puntos de vista que desconozco. Porque no quiero que nadie marque por mí lo que se puede entender por relación ni por avance de esta. Porque, siendo tantxs y tan diversxs, me niego a aceptar que a todxs nos funcionen los mismos estándares a la hora de valorar un vínculo. Aunque, claro, en cuestiones de amor, nos imponen un criterio único desde que nacemos, pero nadie nos invita a pensar de manera crítica al respecto. Quizá ese sea el gran avance pendiente: que pensemos un poquito más por nosotrxs mismxs.