May
24, 2018
«Supongo que tiene que pasar mucho tiempo para que en un aula, abiertamente, se pueda decir: está bien que tengáis sexo por placer»
Entrevista a una estudiante de 19 años
Se suele pensar que los adolescentes frivolizan la sexualidad, que no son lo suficientemente maduros, que dependen excesivamente de las modas y de las nuevas tecnologías. Por un lado creo que es una crítica injusta y excesivamente generalista y, por otro lado, no podemos olvidar que todos los que miramos la adolescencia con melancolía algún día pasamos por ella. ¿Qué herramientas estamos ofreciendo a nuestros jóvenes para explorar su sexualidad? ¿Hemos sido capaces de liberarnos de los clichés más retrógrados e infundados? ¿Dónde queda el papel de la mujer sexualmente empoderada en pleno siglo XXI? Me apetecía hablar de estos y otros temas con una mujer joven que no merece ninguno de los anteriores prejuicios. Ella tiene 19 años, aunque comprobaréis que su capacidad de discurso y oratoria supera a la de muchos adultos. Su identidad queda entre ella y yo, porque, desafortunadamente, hablar abiertamente de sexualidad a día de hoy es algo complicado, que genera un estigma social. Incomprensible, pero cierto, y más aún siendo mujer.
El objetivo de esta página y de testimonios como este es, precisamente, aportar mi granito de arena para que la sexualidad pase a ser considerada como lo que es: algo natural, diverso e innato al ser humano. Tan simple como que todos somos fruto de ella.
Pregunta.- ¿Qué importancia le da a una persona como tú -mujer, estudiante, con 19 años y residente en Barcelona- a su sexualidad?
Respuesta.- A ver. Tú, precisamente, me has situado en Barcelona, una ciudad grande, caracterizada por un ritmo bastante ajetreado y el modelo urbanita de: trabajo, metro, dormir… en que somos esclavos de una rutina constante. Yo estoy estudiando en la universidad y no estoy en el mundo laboral, pero aún así en la universidad ya vemos que impera el modelo de: ir a clase, estar sentado, y en casa estudiar, trabajos, entregas, etc. En este sentido, creo que el modelo de sociedad que estamos manteniendo entre todos no se presta para que podamos cultivar nuestra sexualidad.
Otra cosa sería si tú me preguntas qué peso creo que debería tener, pero si me preguntas cuál tiene a nivel de adolescentes que no están todavía en el mundo laboral –imagínate los que además de estudiar trabajan- creo que la sexualidad tiene mucho menos peso del que debería tener. Primero, porque, como decía, el modelo de vida que llevamos no se presta a ello y, segundo, porque tampoco nos han enseñado a hacerlo. No hemos tenido una educación sexual, ha sido una educación puramente teórica -de conceptos, de memorizar-, como sigue siendo ahora el sistema educativo en general, y la sexualidad pasa a un segundo plano, como si realmente no fuera algo que formara parte de nosotros y como si tampoco fuera algo que afectara a nuestros estudios y a nuestro trabajo, día a día. Así pues, diría que, desgraciadamente, la sexualidad tiene poco peso en nuestra vida porque, precisamente y fundamentalmente, no nos han enseñado la importancia tiene en y para nosotros.
P.- Quería pensar que las cosas habían cambiado. De hecho, una de las preguntas que tenía planteado hacerte era qué tipo de educación sexual te había ofrecido el sistema educativo formal…
R.- Verás, a mí cuando me haces esa pregunta me viene directamente a la cabeza mis primeros años de instituto -cuando tienes 12, 13, 14 años-. Teníamos tutoría, que era aquella materia, una vez por semana, donde el profesor hablaba contigo y te aportaba un tipo de aprendizaje con un sesgo algo más emocional. Un día hablábamos de la asertividad, otro de la empatía…, conceptos que realmente los alumnos no acabábamos de entender, como tampoco comprendíamos el porqué de aquello. Yo venía de matemáticas, venía de historia, venía de hacer un examen de lengua… y de repente venía un profesor y me decía: «hoy te explicaré qué es la asertividad». Pero no nos explicaban cómo aplicábamos aquello a la práctica, no se individualizaba a nivel intrapersonal ni interpersonal de cada alumno. Es decir, aunque recibiera algún contenido de carácter emocional, no dejaba de ser una prolongación de este sistema educativo basado en enseñar conceptos puramente teóricos, faltando su aplicación práctica y adaptada a las necesidades de cada alumno, que se encuentra en una etapa de desarrollo fundamental. Creo que aquellos alumnos aún ahora no entendemos cuál se suponía que debía ser la aplicación de este tipo de estudios o su necesidad. En todo caso, en aquella tutoría se encuadraba la educación sexual. La tuvimos un trimestre.
Teníamos un dosier, como si la educación sexual fuera algo escrito a estudiar y memorizar, en vez de algo poderoso que tenemos en nuestro interior. En vez de decir: «tú eres una persona» y, a partir de tu experiencia, extraer una educación sexual, se hace al revés. Es decir, nos soltaban la teoría, nos explicaban cómo funcionaba un poco el aparato reproductor y los órganos sexuales (que ya habíamos visto o veríamos en biología); un poco innecesario, por tanto, volver a estudiarlo de nuevo, al menos desde el mismo método, enfoque y perspectiva. Remarco este hecho: no se vinculaba al alumno, nos lo presentaban como en un plano lejano, sin que nosotros -con 12, 13 años- acabáramos de entender por qué nos explicaban todo aquello, concibiéndolo como algo ajeno a nuestro ser.
Cuando entramos en la adolescencia o aún no hemos llegado, en nuestro mundo el sexo se ve como un tabú, además de algo distante e incluso irrisorio. Aquellas disimuladas risas en clase cuando nos hablaban de un pene, de una erección… Y precisamente el hecho de que la reacción del alumno sea reír, debería de proporcionar una pista al profesor de que el estudiante no ha captado muy bien la idea que quería transmitirle, o peor, que la banaliza. Entonces, ¿educación sexual? Sí, un trimestre, un dossier, una hora por semana tutoría… explicándome cómo funciona una erección. Recuerdo que fuimos una vez a un hospital a aprender a poner un preservativo. Por lo tanto, la educación sexual llevada a la práctica real para mí fue eso, resumidamente: aprender a poner un preservativo en un pene de plástico. Porque, claro, es muy importante que las chicas no se queden embarazadas. Me atrevería también a decir que es una educación sexual muy feminizada -no femenina, sino encarada hacia la mujer-. No nos hablaban de cosas como del aborto, que yo considero también relevante.
P.- No sólo parece una educación sexual limitada, sino totalmente heteronormativa. ¿Os han hablado alguna vez del colectivo LGTBIQ* como una realidad que existe y que es tan normal como la heterosexual?
R.- (Ríe) ¡Ni de coña! Y esto es algo que espero y deseo -cruzo los dedos- que cuando pasen los años los profesores se den cuenta de la incidencia de este modelo en la educación sexual. Si en vez de decir todo el tiempo chico / chica, que el dibujo aquel del dossier sea siempre chico / chica, incluyéramos el modelo homosexual o bisexual u otros modelos alternativos de pareja, avanzaríamos. Porque el niño con 12, 13 o 14 años podría ver que hay vida más allá de lo que la sociedad le ha inculcado y le inculcará, de lo que ve en los anuncios, en el cine, en la televisión, en su casa… La escuela podría ser un medio excelente para abrir miras y para demostrar que hay otras alternativas a las convencionales; pero raramente lo es.
La educación sexual se centraba en las relaciones heterosexuales y especialmente en el uso del preservativo como método anticonceptivo principal. Pero realmente me cuesta imaginar modelos alternativos a este primero desde la perspectiva tradicional que impera en el sistema educativo actual: un profesor delante de una pizarra o señalando el texto de una pantalla y 30 sillas dispuestas en fila delante, con alumnos sentados mirándole y aguantando sus cabezas con la mano. Creo que la educación sexual no es una estructura rígida como impone el modelo de clase. Por lo tanto, ante esta incompatibilidad con el actual sistema, me temo que no sería satisfactoria esta incoherencia para un niño de 12-13 años. Si no es una educación centrada en nosotros -en nuestro cuerpo, en nuestras emociones y en cómo esto lo podemos aplicar y descubrir cada uno-, que traspase la distancia profesor/alumno, va a ser difícil que un niño lo vea como algo que le incumbe, que le es de interés (también a los 13 años!) en vez de algo gracioso -que no hablará en casa- y distante -como lo es aquel maestro-.
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*Siglas que hacen referencia a Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales, Intersexuales y Queers.
P.- ¿Cuál sería para ti, entonces, el modelo idóneo de educación sexual, en función de cada edad?
R.- Si se me plantea la educación sexual que se me dio: qué es el acto reproductor, métodos anticonceptivos, el coito en sí…, no creo que los 12 años sea el mejor momento, pues diría que, en general, no es una edad en que la gente empieza a tener relaciones sexuales. Los alumnos lo ven como algo lejano y que igual les aterra y todo, si nunca lo han hablado en casa (lo que es probable). A esa edad al niño no le han hablado de sexo tampoco en casa y que, de golpe, te pongan allí un preservativo y tal… no es la incidencia correcta, por el impacto y primera impresión que esto genera en él. Me atrevería a decir que esto hace que alimentemos aún más este tabú entorno a este tema. Si a un niño le damos esa imagen: el sexo es poner un preservativo, una pareja manteniendo un acto sexual, estamos minimizando la imagen de la sexualidad y restringiendo sus marcos.
Entonces, si hablamos del acto sexual, etc., yo lo explicaría a los 16-17 años. Los que ya han tenido experiencias lo entenderán incluso mejor, consolidando lo que han experimentado en la práctica, y los que no, tendrán ya previamente adquirido este aprendizaje (al menos el plano teórico, claro).
Si hablamos de otros tipos de educación sexual, la verdad es que no lo he recibido y no sé muy bien cómo lo haría. Pero creo que, previo al acto sexual y a explicar todo el tema de los preservativos, es necesario explicar qué es la sexualidad -porque no es sólo ese acto en sí-; cómo la podemos fomentar -porque debemos fomentarla-; cómo podemos experimentar y, antes de focalizarlo en tener sexo con otra persona, aprender a tener sexo con nosotros mismos. Pero creo que hacemos las cosas al revés: se incide primero en el acto con otra persona, sin antes haber descubierto nosotros qué tenemos, qué queremos o cómo podemos potenciarnos. Por eso vemos, a largo plazo, grandes frustraciones en el sexo, porque mujeres que han sido educadas así han focalizado el acto sexual en la otra persona, sin haber hecho el paso previo de decir «¿qué tengo yo?» Quizás tendrían que darme primero las herramientas para que yo me pueda descubrir, pero eso no se hace. La educación individualizada requiere más recursos, más tiempo, profesionales más empáticos, más proximidad… Creo que eso sería lo idóneo, y el orden lógico de las cosas.
la educación sexual llevada a la práctica real para mí fue eso, resumidamente: aprender a poner un preservativo en un pene de plástico
P.- Has hablado de la frustración sexual vinculada a mujeres que no se han descubierto previamente. ¿Las mujeres jóvenes habláis de masturbación? ¿Reconocéis que os masturbáis?
R.- ¡Vas muy rápido, Sandra! Realmente todavía no hemos llegado a eso. Y si yo lo concibo ahora como algo tan tabú, no sé ni cómo podíais siquiera imaginarlo antes. Entiendo que antes ni los hombres hablaban del tema, que no se hablaba de sexo, de masturbación, en general… y ahora imagino que hemos ido un paso más allá: los hombres hablan y es normal que los hombres lo hagan. El hombre reconoce y puede reconocer que se masturba, pero la mujer no, porque entonces es tachada de guarra, o, al menos, reprobada más que el hombre. ¡Es así!
Estamos fomentando aún más este modelo heteropatriarcal. El hombre puede masturbarse en casa solo pensando en quien sea y, en cambio, la mujer no. La mujer sólo puede tener placer sexual con el hombre. La mujer no puede hablar de que se masturba y esto crea la consecuencia de que no se masturbe, porque cree que es algo negativo. Y como no se puede hablar y no podemos compartir experiencias, ¿será que está mal que lo hagamos? Es decir, se genera esta reacción de que no lo hagan alimentada por estos prejuicios previos.
P.- Veo que los clichés sexuales continúan fuertemente arraigados también entre los jóvenes y que aún se piensa que la mujer que vive libremente su sexualidad es una zorra y el hombre que lo hace es un machito.
R.- Sí, es el machito, lo que diríamos -hablando mal- el puto amo. Y esto se ve en fiestas que hacemos con amigos, en esos juegos típicos que yo odio, como el «Yo nunca he…» donde dices qué has hecho y qué no has hecho. ¡Y allí lo ves! La mujer tiene vergüenza de decir ciertas cosas porque sabe que se enfrenta a ciertas miradas, a ciertos comentarios.
Todavía hoy en día y con nuestra edad predomina esta imagen de que la mujer que se acuesta con muchos -sea por descubrirse o sea porque le da la gana, sencillamente- es una suelta, es fácil, es dile-como-quieras y, en cambio, el chico se lo puede permitir, tiene un gran historial y eso dice mucho de él.
P.- Imagino entonces que de placer, de gestión del deseo, no os han hablado nunca.
R.- ¡Ni de coña! ¡Ni de coña! No se habla de placer. No sé si es porque continuamos en este modelo con la influencia de la moral católica, de la necesidad de casarse y del sexo como medio únicamente para reproducirse… Quiero pensar que no. Pero supongo que tiene que pasar mucho tiempo para que en un aula, abiertamente, puedas decir: «está bien que tengáis sexo por placer». Pero ahora mismo nada de eso: ni gestión del placer ni de los deseos carnales ni de nada.
El hombre reconoce y puede reconocer que se masturba, pero la mujer no, porque entonces es tachada de guarra, o, al menos, reprobada más que el hombre. ¡Es así!
P.- ¿A tu edad la gente se plantea que una relación puede ir más allá del amor romántico con final feliz que estamos acostumbrados a ver en las películas?
R.- Sigo deseando que pase el tiempo y evolucione todo, pero realmente creo que no. ¡Es muy fuerte la influencia que hemos recibido! No es sólo la publicidad, no es sólo el cine, no es sólo la moda actual, es que en el marco de nuestra propia familia tenemos padres que están casados hace un montón de años -bueno, hay algunos casos de divorcio, que eso es interesante-, están los abuelos… Es decir, que incluso dentro de nuestro propio y habitual círculo ya crecemos pensando que el modelo es ese: una pareja de un hombre y una mujer que, supuestamente, debe durar para siempre, que lo más normal es que tenga hijos, que los hijos estudien para que puedan tener un trabajo donde ganen mucho dinero, etc., etc. Es decir, hay un modelo impuesto que no nos cuestionamos porque está profundamente arraigado. Los centros educativos tampoco nos enseñan a cuestionarlo, ¡ni mucho menos!
Claro, lo más normal es pensar: me gusta alguien y, si a esa persona también le gusto yo -si es recíproco-, somos una pareja. Una pareja es alguien con quien estás, con quien quedas -porque teóricamente y socialmente tienes que quedar-, con quien sientes celos, etc. Creo que no se concibe un modelo diferente. Yo tengo compañeros que dicen que su ilusión es encontrar al amor de su vida, es decir, esa imagen del amor de tu vida, la media naranja, sigue bastante patente. Sí que es verdad que, aunque no nos abrimos a nuevos modelos de pareja -no hemos llegado todavía aquí-, sí que se está empezando a pensar que es normal que tengas diferentes parejas a lo largo de tu vida. Cortamos, me enamoro de otra persona y vuelvo a tener pareja. Porque lo normal es tener pareja -estructurada y cerrada-, porque es el modelo que nos han enseñado a seguir para canalizar nuestras emociones. La atracción por alguien ha de necesariamente materializarse en una pareja cerrada convencional.
creo que, previo al acto sexual y a explicar todo el tema de los preservativos, es necesario explicar qué es la sexualidad
P.- ¿Y qué me dices de la infidelidad? Hay personas que la practican y lo reconocen. La consideran «inevitable» en una relación a largo plazo, aunque no están dispuestas a ir más allá de la monogamia. ¿Tú cómo lo ves?
R.- Has empezado diciendo «hay personas que la practican y lo reconocen»… Es que creo que son cosas bastante difíciles. Es decir, gente que haya sido infiel y se sepa, sí. Que lo reconozca… mmmm…, menos. Pero que lo reconozca y lo sepa argumentar, ¡nadie! Pienso que es algo bastante inconcebible. Me gusta mucho el término que has utilizado de “inevitable”. Yo no me he encontrado con nadie que me haya justificado por qué es «normal» ser infiel. No me he encontrado ningún caso de alguien que dijera abiertamente que ha sido infiel y me explicara el motivo.
Me imagino: si yo a una persona infiel le preguntara por qué lo ha hecho, seguramente me diría «porque iba borracho», «porque iba drogado», «porque me fumé un porro», lo que sea. Es decir, excusas: «no era plenamente consciente de lo que estaba haciendo»… Después irán a su pareja diciendo «lo siento mucho» y la otra parte de la pareja, en vez de cuestionarse el porqué ha tenido la necesidad en ese momento puntual de ir con otra persona, sencillamente se enfadará y cortará. Pero no hay un más allá. No existe el cuestionamiento a este modelo de relación, no nos planteamos que el problema previo quizás fuera ese.
P.- Y tú, personalmente, ¿consideras que la monogamia es natural?
R.- Lo veo difícil porque, precisamente, cuando me hablan de si algo es natural o no… Primeramente debemos definir qué entendemos por natural y esto es muy subjetivo, pero yo no puedo evitar pensar en los animales. Sí que hay especies -que es el típico comentario que te hacen cuando dices esto- que permanecen con una pareja toda la vida, pero no es lo más general. Diría que los animales se buscan por un instinto que creo que nosotros también tenemos. Es cierto que este instinto animal podemos controlarlo y racionalizarlo, pero, al final, creo que es de algún modo equiparable.
¡La monogamia! Si la definimos como el tener que estar con una persona, casarme con ella -porque gamia viene del griego gamos: matrimonio, unión- y estar toda la vida con esa persona, pues no, no creo que sea lo natural. Ni teniendo en cuenta cómo funciona la naturaleza ni cómo funciona el ser humano en ella. Al menos por lo que yo he podido ver, existe la necesidad vital de conocer otros mundos, ya sean sexuales, emocionales, mentales… Pero, claro, es que una persona no puede darnos todo lo que necesitamos en la vida, al igual que yo no le puedo dar a una persona todo lo que está buscando. Tenemos 90-95 años de vida… ¡Ostras! Es que es mucho tiempo para encerrarse con una persona que seguramente no nos ha despertado todo lo que tenemos dentro y nosotros, al mismo tiempo, no le hemos podido maximizar todo lo que tiene dentro (es matemáticamente imposible). Todos somos diferentes y todos podemos despertar sentidos diferentes a cada uno, descubriendo así esa persona qué es y qué no es (y nunca haciéndolo por completo). Precisamente por todo ello no creo que sea natural reprimir instintos p curiosidad (no solamente sexual) hacia otras personas. Creo que ello origina la infidelidad. Por no creer ni quererse plantear la posibilidad de que más de una persona no son incompatibles entre si, sino que nos potencian individualmente y socialmente.
P.- ¿Y el poliamor –del que ahora se habla mucho-, crees que es una moda pasajera o que realmente estamos preparados como sociedad para afrontarlo?
R.- Creo que estamos muy poco informados -y me incluyo- sobre el poliamor y otras alternativas. Pero, ¿qué hemos tenido impuesto? El concepto de monogamia, la iglesia católica, su influencia, etc., etc. ¿Qué se contrapone a esto? Nos vamos al otro extremo: el poliamor. Mono: uno, poli: muchos; pero hay una escala de grises en medio.
Es cierto que el poliamor está de moda y se habla de él, pero lo hacemos sin estar plenamente informados. No hay una práctica generalizada y tampoco hay una teoría clara entre la sociedad. A mí no me han enseñado el concepto de poliamor, no sé muy bien qué quiere decir y tampoco observo una práctica de la que yo pueda extraer esta teoría. La gente mayoritariamente a mi alrededor -la sociedad en sí- no lo practica. Y si lo practican no lo dicen, precisamente por esos clichés y esos tabúes que hemos comentado antes, que contribuyen a que se atribuya a este término una cara peyorativa o de repugnancia, formándose en su imaginación todo tipo de impuridades.
Sí pienso que es un concepto que está de moda, pero puede ser positivo que esté de moda, porque, si oímos hablar de un tema, es más probable que tengamos el interés de informarnos, aunque sea mínimamente. Sea errónea o no la información, al menos vemos que hay otras alternativas a la monogamia, y el hecho de que potencialmente pueda interesarte ya es una cierta apertura de mente que es interesante, que puede llevarnos a cuestionarnos ciertas estructuras enfermas, impuestas y muy arraigadas.
P.- ¿Cuáles crees que son los grandes armarios sexuales de hoy en día?
R.- Creo que es importante reconocer que hemos ido progresando con la aceptación de otras orientaciones sexuales, como la homosexualidad, pero que todavía queda mucho para que se equipare a una pareja heterosexual. Preguntarle a una chica si tiene pareja, en vez de presumir que tiene que tener novio. No ayuda a esta normalización el hecho que día a día veamos carteles en el metro de publicidad de una casa rural con un hombre y una mujer, o pósters de alguna tienda con la estructura de hombre y una mujer con el niño y la niña en la playa… Es decir, si todos estos mensajes que recibimos inconscientemente y de manera implícita cada día -un auténtico bombardeo constante de información y publicidad-, estuvieran impregnados de dos hombres o dos mujeres creo que tendría una gran influencia en nosotros. Pero claro, es algo que no se hace, imagino en parte por el miedo a la pérdida de dinero de estas empresas, lo que nos demuestra que no está aceptado todavía plenamente y que no es un armario completamente abierto. Si estuviera tan normalizado como la pareja heterosexual, veríamos en las tiendas, en las campañas publicitarias, dos hombres dándose un beso o dos mujeres con un hombre o dos lesbianas… Es algo que no vemos, ni siquiera en el cine. Continuamos con el beso romántico del final de película del hombre y la mujer en la playa. Y creo que, si estos mensajes los cambiáramos por estos modelos alternativos LGTBI, tendría una influencia brutal en el cambio de mentalidades de la sociedad, o al menos hacer que se planteen ciertas cosas que tienen por ya establecidas, que es fundamental. Pero entiendo que detrás hay estudios publicitarios que prevén que esto puede tener un efecto negativo porque la sociedad no está preparada todavía para asimilar, aceptar e integrar este tipo de imágenes y de mensajes. Por lo tanto, antes que hablábamos de modelos de pareja alternativa a la tradicional, creo que, previo a ello, se debe aceptar el tema del género, el colectivo LGTBI… Es un paso previo para mí. Si llegamos a entender que es tan normal y tan natural que a un hombre le guste un hombre como que a un hombre le guste una mujer, entonces creo que podríamos ir un paso más y decir: no sólo este hombre y este hombre pueden estar juntos y eso está bien, sino que pueden estar con más gente, o que podrían estar juntos en forma de modelos alternativos, que ni siquiera tienen porque tener un nombre, una etiqueta. Pero como he dicho ya, creo que previo a poder aceptar estos modelos de pareja diferentes se debe aceptar el tema sexo y la construcción cultural de género asociada a cada uno, y todo eso que no está aceptado todavía al 100%.
Es cierto que el poliamor está de moda y se habla de él, pero lo hacemos sin estar plenamente informados. No hay una práctica generalizada y tampoco hay una teoría clara entre la sociedad
P.- ¿No tienes la sensación de que en temas de sexualidad -como en muchos otros aspectos- se polariza todo siempre? O blanco o negro, o eres heterosexual o eres homosexual, o eres monógamo o eres poliamoroso. ¿Dónde quedan los matices?
R.- Muy cierto el tema de los extremos, que hacen que la gente se bloquee y no sepa muy bien cómo definirse, pero realmente, ¿por qué tenemos que definirnos? Como en este ámbito ni siquiera nos han enseñado blanco o negro, sino que nos han dicho «blanco», como mecanismo de reacción decimos: «no, esto no es sólo blanco» y, por tanto, me voy al negro. Tenemos esta reacción radical, porque no nos han enseñado que hay una escala de grises, que no todo es siempre como nos han querido hacer creer o como teóricamente debería ser porque interesa que sea. Y como no nos han enseñado cuáles son estas otras posibilidades -¡ni mucho menos!-, se da este tipo de contradicción de la norma que llevamos dentro. Sobre todo los jóvenes, seguramente, al no saber cuál es su etiqueta ni tener las herramientas y oportunidades proporcionadas para descubrirlo. Si es que teóricamente nos tenemos que poner una etiqueta, que posiblemente nos limitará…
P.- Antes te preguntaba si las mujeres jóvenes hablan de masturbación. ¿Y de sexualidad? Pero en general, no me refiero a dar detalles íntimos sobre su vida sexual, sino a hablar de sexualidad de una manera natural.
R.- No. Yo me imagino haciendo esta pregunta entre amigos: sexualidad. La respuesta sería «me he follado a tal». Concebimos que no hay nada más allá de aquel acto sexual, de follar, de hacer el amor, del coito, del dile-como-quieras. Es decir, la sexualidad es eso, porque el sexo es eso. Porque al final, en ese dosier de segundo de ESO había aquello. No me han enseñado qué es la sexualidad en un sentido abstracto o espiritual. No puedo hablar de algo que no me han enseñado, sólo hacerlo en base a la práctica, que se reduce al acto sexual. Y ahora que tengo la capacidad para aprenderlo, no encuentro las fuentes seguramente para hacerlo. Es un pez que se muerde la cola: como nadie habla del tema, no tenemos fuentes para hacerlo y, como no las tengo, no lo hablamos. Es un círculo vicioso. Sí, yo por mí misma me puedo informar, pero al final, ¿qué somos sin escuchar las experiencias de los demás? Sin poder compartir, sin poder matizar con experiencias anteriores de otras personas…
Entonces, a tu pregunta, mi respuesta es que efectivamente, en general, cuesta bastante mantener conversaciones profundas y primarias sobre el ser humano, porque vamos muy rápido y estamos influidos por las nuevas tecnologías y cuesta realmente sentarse y decir :»hablemos de esto». Pero, si se puede crear ese clima de conversación fluida, humana, primaria… es muy difícil que se hable de sexualidad. Y si se habla de sexualidad, que no sea nada más allá del acto sexual personal «me tiré a…» E incluso si conseguimos hablar del acto sexual, tampoco lo haremos en un sentido profundo o espiritual de cómo nos sentimos en aquel momento o de compenetración, sino sencillamente cuánto tardé en correrme o qué postura me gusta más o aspectos meramente corporales.
P.- ¿Qué es para ti la sexualidad?
R.- (Ríe) ¡Buena pregunta! Porque yo formo parte de esa gente a la que no le han enseñado su auténtico sentido. ¡La sexualidad es todo un mundo! Mira, lo haremos de otra manera. Te diré qué NO es la sexualidad para mí. La sexualidad para mí no es mantener un acto sexual y olvidarlo todo. La sexualidad para mí no es un momento concreto, no es un día a las diez de la noche en un hotel con una persona. La sexualidad para mí es lo que engloba todo esto, o lo que hay detrás. Es decir, esto es una pequeña parte, un apartado mínimo de la sexualidad. La sexualidad es el cuerpo humano, es la persona, es el origen del ciclo vital, es de donde venimos y adonde vamos. La sexualidad es todo lo que somos, tal vez, ¿no? Y, si es algo que es todo lo que somos, ¿cómo no tenemos que conocerla y cómo no la hemos de trabajar? Si es lo más fundamental de nosotros, nuestro nivel más primario.
La sexualidad no es sólo el acto del sexo o acto genital o métodos anticonceptivos, sino que también entra el mundo del erotismo, de la sensualidad, de la emoción, de sentirte mujer. La mujer precisamente en este punto de la sexualidad debería potenciarse y maximizarse, porque afecta no sólo en el momento del acto, pero no es algo que se trabaje y es tabú en global; aún más para ella.
P.- De acuerdo. Hemos dicho que los jóvenes no habláis de sexo y en las escuelas no os enseñan nada realmente importante al respecto. ¿Qué papel crees que tiene entonces el diálogo intergeneracional en las familias para abordar la sexualidad?
R.- Esto sería muy interesante, pero… diálogo intergeneracional… es algo que ya, para empezar, no todo el mundo tiene. No todos vivimos con varias generaciones en nuestro hogar. Muchos estudiantes viven solos en pisos de estudiantes, algunos viven con un progenitor, pero hay muy poca gente que viva con varias generaciones: abuelos, padres, nietos; que sí que es mi caso, por suerte.
Cuestiono el diálogo intergeneracional. Es difícil y doy la culpa otra vez a este modelo de sociedad ajetreado, inundado por el trabajo o el estudio, en que somos presas del móvil, que asegura su presencia en todo momento, ya sea a la hora comer, hablar, estar con los amigos… Todo ello hace que sea muy difícil que se dé el clima, la atmósfera para que haya diálogo intergeneracional. Y, asumiendo que éste se pueda dar, es difícil que el tema central sea la sexualidad.
Si la sexualidad es tabú para nosotros, ¡imagínate cómo lo es para la tercera generación anterior! Además, es algo que todo el mundo ha vivido de manera diferente. Y es precisamente por esto que sería interesante compartirlo y ver como ha evolucionado el concepto y como se vivía antes y como se vive ahora -y aquí seguramente podríamos extraer la conclusión de que tal vez no ha evolucionado tampoco tanto-. Pero como digo, cuesta mucho. Creo que es muy difícil que tres generaciones puedan hablar abiertamente y de manera natural, lógica y coherente sobre un mismo tema. Y cuando encima es un tema que ha estado siempre arrinconado y que ha sido concebido como una especie prohibida y oscura… es aún más difícil que se dé la compenetración entre esas tres generaciones para poder hablar de ello y poder extraer conclusiones positivas, sin incomodar a nadie ni a nosotros mismos.
La sexualidad no es sólo el acto del sexo o acto genital o métodos anticonceptivos, sino que también entra el mundo del erotismo, de la sensualidad, de la emoción, de sentirte mujer
P.- Entonces, si ni en la escuela ni con los amigos ni con la familia podemos hablar de sexualidad, ¿qué nos queda?
R.- Exacto, si no podemos ni en la escuela ni con la familia ni con los amigos, ¿qué hacemos? ¿Qué hace la gente? ¡Internet! ¿Qué significa en Internet el sexo? Pornografía. Es decir, la imagen de la sexualidad es porno. La imagen es una mujer sumisa con un hombre. Sí que hay otros modelos de porno y esto es un gran debate también, pero el modelo hegemónico y el que vende de pornografía es ese.
Esos son los valores que se transmiten a un adolescente (mujer sometida a un hombre) al que ni en la escuela ni en casa ni con los amigos le han hablado de sexualidad. El porno es su único input. Él vinculará una imagen obscena al sexo. Y es que el porno, además de estar altamente estereotipado con este modelo de sumisión de la mujer, es una imagen falsa del sexo. No diría que esa imagen sea sinónimo de sexualidad, sino más bien un acto sexual creado con ánimo de lucro que necesariamente tiene que poseer las características para entretener de alguna manera.
Claro, ese adolescente, en una etapa de desarrollo personal clave en que los referentes tienen un papel fundamental, acaba teniendo ese concepto del sexo, ¡y el sexo es mucho más! Y ni que aquello fuera el sexo -que como he dicho, lo cuestiono-, tampoco le estarían enseñando cuál es su sentido. No sé, es una industria al final, es un negocio.
Por lo tanto, para un adolescente sin otras fuentes efectivas de educación sexual, su único recurso es ese: Internet y, por tanto, porno y, por tanto, el sexo es eso y la sexualidad es sinónimo de porno. Una cadena lógica sin sentido.
P.- ¿Y qué pasa con la mujer adolescente? Porque, aunque no quiero sentenciar que las mujeres no miran porno -hay que sí lo hacen-, estadísticamente es un hecho que el público es mayoritariamente masculino.
R.- Justamente aún más bloqueo para la mujer. Creo que la masturbación de la que hablábamos antes es bastante comparable con el tema del porno: la mujer no mira porno o, si lo mira, no lo reconoce. En cambio, está completamente normalizado que el chico mire porno.
P.- ¿Cuáles son los grandes miedos y tabúes a los que se enfrenta una mujer de tu edad respecto a la sexualidad?
R.- El embarazo. En un acto sexual de hombre y mujer la vulnerable es la mujer. Aunque se utilice el preservativo o algún otro método anticonceptivo, si algo falla, el problema es suyo. Creo que el embarazo en una joven es uno de los grandes temores para nosotras y esto puede ser motivo de bloqueo en el momento mismo del acto sexual. La incomodidad aumenta si nos encontramos con chicos que no quieren usar el preservativo: «así pone más, así dura más, así sientes más…» y, por tanto, ya entramos en una contradicción mental-corporal en el momento del acto que no nos permite disfrutar plenamente. Pero, aparte del embarazo, que es lo más usual y aquello con que más nos han intentado concienciar (sobre todo a nosotras), quizás también la no obtención de placer. Nadie habla del orgasmo femenino ni de maneras de alcanzarlo ni de qué pasa si no se consigue. No obtener placer o no tanto como el hombre puede llegar a ser un tema que genere preocupaciones.
Quizás le es más fácil al hombre porque se ha experimentado más, porque se ha descubierto masturbándose, lo que la mujer seguramente no ha hecho en tal medida, y de haberlo hecho, quizás no ha podido compartir experiencias. Y claro que tenemos miedo. Estamos hablando de algo que no hemos llegado a hacer por nosotras mismas y que ahora nos toca hacerlo con otra persona. No sólo se trata de trabajar con la otra persona en el momento del acto sexual, descubrirla a ella, qué le gusta, sino de trabajar conmigo misma. En ese acto yo tengo que estar por dos personas a la vez: por el otro y por mí. En cambio, el hombre, como antes ya se ha trabajado a sí mismo, puede estar plenamente por la otra persona. Por lo tanto, pienso que un gran temor en una mujer puede ser este: pasar un examen con otra persona, cuando aún no ha estudiado antes por ella misma.
para un adolescente sin otras fuentes efectivas de educación sexual, su único recurso es Internet y, por tanto, porno y, por tanto, el sexo es eso y la sexualidad es sinónimo de porno. Una cadena lógica sin sentido
P.- En personas de mi generación o mayores he escuchado varias veces el mantra de «los jóvenes de hoy en día van muy deprisa», en el sentido de que consideran que tienen un acceso a la sexualidad demasiado prematuro -sobre todo comparativamente con su generación-. ¿Tú qué opinas? ¿Crees que realmente existe un «demasiado tarde / demasiado temprano» en el sexo, a la hora de «empezar»?
R.- Antes de hablar directamente del tema de la edad, creo que estaría bien precisar que este tipo de comentarios son otro de los ejemplos de reacción adversa radical. Es decir, antes era: casarse, tener sexo una vez casado -nunca antes- y sexo para tener hijos, no por placer. Pasamos al otro extremo: somos jóvenes y lo hacemos de jóvenes, porque quiero, porque es mi cuerpo y vaya tontería lo de casarte, etc., etc., etc. O sea, me han enseñado que es blanco y yo me voy al negro, sin antes mirar la escala de grises.
Si entendemos esta escala de grises como las diversas edades, yo creo que no hay una edad óptima para la persona, como tampoco creo que haya una edad que pueda marcar la madurez sexual. Si en la escuela se nos permitiera trabajar la sexualidad, creo que no es negativo hacerlo desde pequeños. ¡Al contrario! Porque es algo con que nacemos y que tenemos que ir trabajando y tenemos que ir aprendiendo. Y hablo de sexualidad, no del acto sexual, como se entiende muchas veces.
En cuanto al acto sexual en si, puedo reprobar la necesidad de casarse para poder realizarlo, al igual que desapruebo la fijación de un momento concreto y universal para el sexo «a los 15, a los 18». Hay rankings de medias en varios países. En tal país es doce, en tal país es quince, dieciocho… Bueno… No sé, depende mucho de la madurez de cada uno (y aquí cometemos el error de siempre: pensar en el plano mental) y su desarrollo a todos los niveles. Pero sí es verdad que es muy posible que, cuando tenemos una primera relación sexual, no lo hagamos conscientes del nivel de madurez o de exploración sexual, de deseos, de conocimientos del otro y del propio cuerpo, sino presionados, sea por la sociedad, por la otra persona, porque es una noche espontánea y bajo la influencia de alguna droga o del alcohol. No en todos los casos ni mucho menos, pero creo que a veces no es un acto plenamente consciente o de pleno convencimiento mejor dicho, sino que responde al mecanismo de reacción a esa “virginidad pura” de la que veníamos. Ahora las cosas han cambiado, y queremos ir al otro lado, ser alternativos, hacer la revolución y liberarnos y, por tanto, hay gente que siente que ese cambio pasa por tener sexo con cualquiera o cualesquiera sin conciencia alguna del acto.
Creo que el embarazo en una joven es uno de los grandes temores para nosotras y esto puede ser motivo de bloqueo en el momento mismo del acto sexual
P.- El sexo siempre ha sido un factor de éxito social. ¿Hay mucha presión entre los jóvenes para perder la virginidad?
R.- El sexo es un factor de éxito social, sobre todo en el hombre. Sí hay presión… No todo el mundo va al mismo ritmo en esto, ¡y qué problema si estuviera estandarizado!. Siempre existe el típico compañero de la clase que ya, a los 16, ha hecho no-sé-cuántas-cosas y quien aún no se ha dado ni un beso. Cuando estas personas se juntan, ¿qué pasa? Normalmente, la persona menos avanzada a nivel sexual (una mala expresión, pues creo que pueden tener la sexualidad más desarrollada personas sin haber hecho el acto sexual y tenerla más estancada personas que objetivamente sí lo han hecho) se siente pequeña, rara, no es guay. “¿El otro ha hecho de todo y qué cuento yo?”
Pero una presión que todavía es mayor es la que se ejerce cuando entramos en la contradicción de que, por un lado, alguien de la clase te cuenta todo lo que ha hecho y, por otro, unos abuelos te digan «a ver cuando encuentras un hombre para casarte» o «vigila cuando salgas que no te hagan daño». La violación, otro gran tema también. «¡Niña, no vayas con falda!». Porque, claro, si nos violan, es culpa nuestra. Cuando no nos han enseñado nada de sexualidad, decimos «ostras, y yo ahora ¿qué se supone que debo hacer?»
Nadie habla del orgasmo femenino ni de maneras de alcanzarlo ni de qué pasa si no se consigue. No obtener placer o no tanto como el hombre puede llegar a ser un tema que genere preocupaciones
P.- Por edad, has nacido con un móvil en las manos. En un momento de hiperconexión social, donde las aplicaciones de todo tipo -también para tener sexo- son omnipresentes y en el que no nos separamos nunca del teléfono, ¿los jóvenes sois capaces de ligar cara a cara o necesitáis una pantalla entre medias?
R.- ¡Esto es un gran qué! Para nosotros la tecnología no sólo es un complemento, no sólo es una herramienta para facilitarnos la vida, es algo necesario, es algo con lo que hemos crecido. No podemos concebir la vida sin la influencia de la tecnología ni sin que nos condicione el día a día. No sólo es que esté impregnada de tecnología, es que es un medio esencial. Tú me estás grabando con una grabadora, yo tengo el móvil al lado, aquí tengo un reloj… todo esto es tecnología.
Respecto a las relaciones personales, existe esa vía virtual que, aunque la relación no nazca a partir de una red social o de las nuevas tecnologías (ahora muchas lo hacen), es necesaria para continuarla. Es decir, yo puedo haber conocido a una persona en mi día a día, en un bar, en una clase de baile… pero nos daremos el número. Entonces, nuestra relación se mantendrá también por este medio. Pienso que esto no es del todo malo, pero sí me preocupan un poco esas aplicaciones que tú comentabas cuyo uso va orientado específicamente a conocer a una persona, a tener relaciones sexuales… No es el modelo que a mí me llena, por no considerarlo humano. Para mí es estrictamente necesario poder conocer a una persona cara a cara, pues con una mirada, con una sonrisa, un roce… constatamos lo que nos transmite y sugiere esa persona, lo cual despierta algo en nosotros. Poder sentir esa energía, interconectividad, resonancia…. Tiene que ver también con la necesidad de conocer realmente a una persona, no sólo su apariencia, más fácil de construir virtualmente. No obstante, conozco a mucha gente que tiene pareja gracias a medios electrónicos. Al final, es una herramienta más que nos está demostrando cómo está evolucionando la sociedad y a su lado la tecnología, tal vez a un ritmo más rápido que la primera. La tecnología nos facilita la vida, pero dejar que ésta incida incluso en el ámbito de la pareja, mercantiliza y degrada las relaciones personales. Creo que no son los mismos valores los que hay detrás de ir a Terrassa y coger el tren en vez de ir caminando, o de mirar el reloj y no el sol para saber la hora, que los que hay detrás del deseo de conocer a alguien (o hacerlo sin desearlo previamente), y meterse en Internet. Hay detrás de esto un bien más valioso y humano a proteger.
P.- En este sentido, ¿crees que nos tratamos como productos y acabamos desarrollando nuestra propia estrategia de marketing para vendernos en Internet?
R.- Sí, sí. Al igual que en Amazon metemos en el carrito lo que queremos y luego lo compramos, hay aplicaciones donde puedes meter a una persona en el carrito. Explícitamente aquella app nos está diciendo que somos productos. Lo que decimos es nuestra propia publicidad, es lo que se supone que somos nosotros, y en función de esa publicidad la otra persona compra el producto o no.
Estamos creando una especie de vida paralela alejada de la nuestra y allí escribimos lo que somos, lo que creemos que somos o lo que queremos que la gente piense que somos. Nos estamos alejando de la realidad y vivimos para los demás. Las stories de Instagram son el gran ejemplo paradigmático: debo retransmitir qué hago cada día. En la medida en que cambian mis acciones -y no hablo de ir de viaje, sino del día a día: ahora estoy desayunando, ahora me voy a la uni, ahora estoy comiendo, ahora me voy al cine y ahora salgo de fiesta-, yo he de explicar estos pasos, porque si no, no hago nada; si no, no tengo vida. Cuando la vida es esta, la de ahora, tú y yo hablando; no es la que intento transmitir. Pero si yo no creo esta segunda realidad paralela, doy la imagen de que estoy sumergido en una profunda y monótona inactividad. Y, claro, no nos transmitimos a nosotros mismos durante el acto sexual; es algo que no se hace público. Puedo hacer público cómo bebo, cómo salgo de fiesta, lo que compro, mis notas de los exámenes, cuando me ha dejado mi pareja…, pero no se hace público el acto sexual o lo que pensamos de la sexualidad -al menos de manera general-. Por lo tanto, también es interesante -y no me lo había planteado antes- la tecnología como herramienta que dificulta aún más la normalización y la eliminación de este tabú sobre la sexualidad.
La tecnología nos facilita la vida, pero dejar que ésta incida incluso en el ámbito de la pareja, mercantiliza y degrada las relaciones personales
P.- Desconozco si te han dado nunca herramientas para gestionar los celos, pero quería preguntarte si, a tu edad, los celos se justifican. ¿Se ven como una señal de que la otra persona te importa?
R.- Si te sirve de consuelo, no es sólo que no nos hayan enseñado a gestionar los celos, sino que no nos han dado herramientas para canalizar ningún tipo de emoción. Has dicho una frase que he oído alguna vez: «claro, es que si está celoso es que la quiere» (ríe). Bueno, sí… Quiero pensar que no es el modelo de pensamiento predominante, pero los celos, al fin y al cabo, -y precisamente quizá porque no nos han enseñado a gestionarlos- se ven como algo natural. Pienso que el sentimiento es natural teniendo en cuenta el modelo de pareja imperante -no lo serían con otros modelos de pareja alternativos a la monogamia-. Lo que no veo natural es cómo gestionamos esos celos. Nos bloqueamos, creamos situaciones que no podemos controlar, reacciones adversas… Los celos son algo que todos experimentamos, otra cosa es qué hacemos con esas emociones. Y entonces, como no sabemos cómo hacerlo, se generan frustraciones. Como nadie nos han enseñado ni a gestionar nuestros propios celos ni a gestionar cuando nuestra pareja los siente, se generan malentendidos que, dependiendo de cada pareja, acaban de una forma u otra. ¡Ojalá haya una conversación y se puedan gestionar! Pero sabemos que no siempre es así.
P.- ¿Las parejas jóvenes hablan?
R.- Quiero pensar que hablan y creo que sí lo hacen; otra cosa es de qué hablan. En una pareja considero fundamental que haya transparencia, que haya confianza y que se pueda hablar de lo que teóricamente no puedes decirle a la otra persona porque teóricamente no puedes estar sintiéndolo. Es decir, son muy pocas las parejas -pongamos de ejemplo chico / chica- en que la chica le diga a él: «¡ostras, qué guapo ese chico que acaba de pasar!» ¡No puedes! No sé en qué mundo vivimos, pero nos consuela más que esa persona no nos lo diga y lo reprima a que lo haga -aun asumiendo, por supuesto, que el hecho de que no nos lo diga no quiere decir que no lo haya pensado o que no lo sienta-. No lo vivimos como un instinto que en este caso sí es natural.
Como no compartimos todo lo que vamos sintiendo y vamos viviendo es cuando llegan los cuernos, etc. Hemos ido creando algo dentro de nosotros que no hemos compartido con la otra persona, que habría podido reaccionar de manera natural, como es natural que me sienta atraída (en el más amplio de los sentidos) por otra persona. Como hemos ido acumulando este tipo de deseo, este tipo de tensión que no puedo ni siquiera compartir, y me castigo por sentirlo, una noche se me va y me acuesto con otra persona. Al día siguiente me siento mal, etc., llantos… Nunca nos preguntamos el porqué de nada antes de juzgarlo.
Entonces… ¿que cada vez se habla más? Sí. Pero no pienso que haya todavía esta transparencia emocional y sexual de poder decirle a la otra persona qué pienso no sólo de ella -que entiendo que eso sí que se hace-, sino de otras personas que nos rodean. Como vivimos influenciadas por este modelo tradicional en que una pareja es para siempre y estoy enamorada de ti porque eres mi media naranja y el hombre de mi vida, no se puede concebir que pueda haber, tal vez, otras muchas e infinitas medias naranjas –¡o media mandarina!-; tantas como las variedades de la vida misma.
no es sólo que no nos hayan enseñado a gestionar los celos, sino que no nos han dado herramientas para canalizar ningún tipo de emoción
P.- ¿Y a qué crees que le tenemos tanto miedo para no poder llegar a esa transparencia?
R.- Me cuesta creer que nadie en una relación de dos, tres años -¡o de dos meses! – no haya tenido la necesidad, la curiosidad de querer experimentar con otra persona. Y me refiero a diferentes tipos de experiencias, no sólo el acto sexual. Supongo que tenemos miedo a la reacción de la otra persona, cuando quizás ésta se siente exactamente como yo. Sin embargo, tememos que por compartir nuestras inquietudes en esta materia se acabe la relación incluso con esta persona (y de manera radical), porque nos han enseñado “o blanco o negro, o conmigo o sin mí, pero no lo puedes tener todo a la vez”.
No nos han animado a, primero, normalizar esta variedad de estímulos e instintos que nos despiertan otras personas de forma natural y, segundo, a gestionarlos de manera responsable. Si aceptáramos que podemos querer a una persona, pero también podemos sentir curiosidad por otros y querer indagarla, o que podemos querer a varias personas sin necesidad de acaparar a ninguna, no nos debería dar miedo comunicarlo. Pero como socialmente estar en pareja conlleva la presión implícita de la necesidad de ir de la mano al cine, a tomar un café y colgar fotos juntos, cuesta compartir ciertas experiencias o vivencias que podamos tener, que podamos sentir o que podamos pensar. No hacerlo nos estanca y, necesariamente, estanca la relación en segunda instancia.
P.- Centrándonos en la gestión de emociones, de la sexualidad, ¿cómo sería la sociedad en la que te gustaría vivir?
R.- Haces bien acotándomelo porque, si me pusiera a hablar del mundo que querría, no acabaríamos ni mañana. Me intento imaginar desde el origen de la vida y pienso en cómo he nacido yo y lo gran afortunada que he sido a nivel de familia, de amigos y de todo lo que me ha rodeado (hasta el sano entorno en que me he desarrollado); de las influencias que he recibido. Pero, claro, yo directamente ya nazco de un matrimonio que es padre-madre que llevan varios años juntos. De entrada, eso ya nos influye. Como los padres de mis amigos también son hombre-mujer que se han casado y han tenido hijos -porque ese es el curso natural de la vida-, yo he de seguir ese curso porque asumo desde pequeña que es lo normal. Y es un contexto que me reafirma el cine, me reafirma la publicidad, etc. etc. Así pues, de entrada, si la sociedad avanzara o si yo creara esa sociedad idílica que me imagino, habría hombres y mujeres que tienen hijos, pero también habría parejas de hombres que tienen hijos, mujeres que tienen hijos o, tal vez, diferentes personas que han decidido criar un hijo conjuntamente. O, sencillamente, personas que han decidido no tener hijos y llevar en su lugar una vida centrada en el propio ser. Es decir, no existiría el concepto de normalidad vinculado al matrimonio heterosexual que tiene hijos o a la monogamia como regla imperativa. Habría pluralidad de tipos de parejas, porque hay pluralidad de emociones y pluralidad de personalidades y pluralidad de maneras de amar y, por lo tanto, esto podría materializarse en diferentes formas (¡y cada uno experimentaría para encontrar la suya!). No habría una estructura ya dada e impuesta a seguir.
Creo que la educación es un elemento crucial. Naturalmente en casa nos educan, pero es que en la escuela nos pasamos horas y allí es donde deberíamos disfrutar de la atención de los profesores, que deberían ser grandes profesionales. Un profesor para mí no sólo debería ser experto en una materia, sino en pedagogía -en cómo transmitir esa materia-, pero también en psicología, en cómo entender la mente humana, cómo funcionan las emociones y cómo funciona el cuerpo y nuestro nivel más primario y básico, por fundamental -que no sencillo-: la sexualidad. Que ese niño pudiera aprender a desarrollar todas sus potencialidades, que no se centrara sólo en una. Ahora sólo nos centramos en una inteligencia, una metodología… Una escuela plural donde hubiera música, teatro, danza… que también hubiera historia o naturales, evidentemente, pero que estas materias estuvieran enfocadas desde la práctica. En sexualidad, por ejemplo, si hablamos del aparato reproductor y lo memorizo, me olvido; pero si incides en cómo aquella materia se transmite y materializa en mí, cómo emerge de mí, no lo puedo olvidar, porque soy yo misma, y aquella educación está centrada en mi persona. Pero por ese tabú -en mi sociedad perfecta no habría ningún tabú- en que no acabamos de ver la relación entre aquello y el yo, no vemos la necesidad de aprender algo que es realmente tan vital, en el sentido más literal y puro de la palabra. Mi escuela ideal apostaría por todos los tipos de inteligencias para todos los tipos de personas. Que la gente con 30-40 años no tuviera que pagar un psicólogo porque la escuela ya es psicología pura; que se pudiera aprender de todo tipo de emociones y cómo canalizarlas, cómo focalizarlas, potenciarlas y compartirlas.
Y de aquí se derivan los amigos. Los amigos tendrían conversación libre porque en la escuela también habría conversación libre. Y como en casa también tendríamos conversación libre, no deberíamos recurrir a la pornografía. (Ríe) ¡Ese sería mi mundo ideal!
nos han enseñado “o blanco o negro, o conmigo o sin mí, pero no lo puedes tener todo a la vez”.
P.- ¿Y crees que hay gente joven con ganas de trabajar para cambiar esta sociedad, para que la sexualidad se viva de manera más natural? En política siempre se habla de economía, de creación de empleo, de gestión pública…, pero nunca he visto a nadie hablando de sexualidad, de emociones, con ganas de hacer un cambio cualitativo y no sólo cuantitativo de la sociedad.
R.- Cuando hablamos de cambio global en la política -ya sea a nivel nacional o internacional- a mí lo que me viene a la cabeza son elecciones, cambio climático, guerras, economía… todas esas cuestiones que identificamos como problemas explícitos y problemas gravísimos -porque así es- que se deben solucionar. Pero, claro, detrás de todos esos problemas hay personas y detrás de esas personas hay emociones. Esto significa que las emociones son algo previo a esos problemas. Quizás un enfoque natural y productivo sería trabajar todas esas emociones que tienen esas personas que han generado esos problemas. La gestión de las emociones es algo previo para cambiar el mundo. Quizás cambiando las emociones cambiaríamos el mundo, porque evitaríamos esos problemas. Sería brutal como modelo para poder cambiar el statu quo, pero es inconcebible. Nosotros tenemos un modelo consistente en aportar soluciones sin mirar a la raíz del problema. Es como tener una planta e ir podándola, pero aquellas ramas continúan creciendo. Si no incidimos en la raíz que ha recibido el agua -la influencia de la sociedad-, en esa raíz que es el origen -en este caso las emociones-, poco podemos cambiar. Y ese problema actual, esa flor, ese fruto continúa naciendo y desarrollándose. Nuestro modelo consiste en podar en vez de mirar con qué agua se regó la planta. Entonces, sinceramente -sé que desalienta un poco-, no creo que se piense en la política como algo necesario en que deba intervenir el mundo emocional y aún menos que las emociones sean una herramienta para poder cambiar el mundo.
P.- ¿Hay algún tema vinculado a la juventud sobre lo que crees que nunca se os pregunta -o que yo ahora no te haya preguntado- y te gustaría tratar?
R.- Creo que lo hemos tocado un poco todo. Sí.
Quizás…
Si no aceptamos que la mujer debe tener no sólo los mismos derechos que el hombre, sino los mismos derechos entre hombres, difícilmente podremos llegar a un mundo donde la sexualidad sea algo abierto… Es decir, no sólo debemos tener formalmente por ley -que ha tardado lo suyo, y en algunos sitios no los tienen- los mismos derechos que el hombre, sino que debe ser igual de libre la relación que tiene el hombre hacia la mujer como la relación que tiene la mujer hacia el hombre; este es un paso que creo que todavía no hemos dado. Si no llegamos a entender que el hombre y la mujer deben ser iguales a todos estos efectos, tanto formales como materiales, difícilmente podremos avanzar. Porque, al final, la mujer en el mundo de la sexualidad todavía está un poco más reprimida por todos los estereotipos, ¡y mira que es justamente la mujer la que da a luz!
Y que no existe igualdad -a pesar de que las leyes puedan decir que sí- lo vemos en el día a día constantemente: todavía estamos con esos estrictos cánones de belleza femenina 90-60-90; si vamos con falda por la calle vemos la mirada en ocasiones tremendamente grosera del hombre clavada en nuestras medias -una mirada soez que, si nosotras le hiciéramos a él, las propias mujeres nos tildarían de guarra (y, ojo, que la eliminación por la discriminación no pasa por equiparar conductas deleznables)-; vemos anuncios donde la mujer se desnuda, en que se transmite que el hombre tendrá un montón de mujeres si compra una determinada colonia… es decir, somos bombardeados por incontables mensajes (de gran impacto) -que ahora no es necesario que listemos- que dificultan aún más el desarrollo pleno de la sexualidad, pues todavía no hemos logrado una igualdad plena. La sexualidad desde la igualdad, esa es la meta.
P.- ¡Gran frase! En la lucha feminista, ¿no crees que a veces perdemos más tiempo discutiendo sobre el cómo (modos de ser feminista) que luchando por el qué (la igualdad real)?
R.- Tienes razón, pero si al final todos estos cómos tienen la misma meta -que entiendo que sí-, es lo que cuenta. Tiene que haber diferentes cómos porque todos somos diferentes. Todo el mundo piensa diferente y materializa su pensamiento de manera distinta. Por lo tanto, es natural que haya diferentes variedades. Si al final la meta es única, quiero pensar que algún día llegaremos. La conciencia toma un papel fundamental en este terreno.
Si no aceptamos que la mujer debe tener no sólo los mismos derechos que el hombre, sino los mismos derechos entre hombres, difícilmente podremos llegar a un mundo donde la sexualidad sea algo abierto
P.- Por último, actualmente, ¿hasta qué punto una mujer joven debe preocuparse por lo que hace o deja de hacer con su sexualidad por el estigma social que esto le puede acarrear el día de mañana?
R.- Sinceramente -y tristemente- creo que sí le puede llegar a influir en un futuro. Si ya con la familia y amigos cuesta tratar la sexualidad por miedo al reproche, imagínate si ampliamos el círculo: las redes sociales, o hacer un artículo abiertamente sobre sexualidad. Todos nuestros actos nos condicionan de alguna manera. Y con Internet todo queda registrado permanentemente. Aunque lo borremos, sigue allí. Es sabido que muchas empresas, antes de contratar a alguien, miran su vida en la red, o lo que han querido demostrar que es su vida, claro está. Es poco probable que esa persona, cuando ve una foto o un texto en Facebook, piense: «2016, ok, esta persona tenía entonces 13 años. No sabía lo que decía, no sabía lo que hacía». Funcionamos mucho por imágenes y no pensamos qué hay detrás de aquello. Recibimos algo y no lo analizamos a fondo. Quizá tampoco le preguntamos a la persona el porqué de aquella frase que no tiene ningún sentido para él o no comparte. Tenemos miedo a que se creen estos prejuicios, y como es tan fácil la amplificación y multiplicación de la información, pues, sí, nos preocupa la imagen que otros puedan generar de nosotros mismos. A mí, personalmente, hay algo que me da miedo: las malas interpretaciones. Antes de que algo se malinterprete, prefiero que no se sepa, que no se diga. Porque si no tengo la oportunidad de explicarme a fondo -como sí estoy haciendo ahora-, prefiero no lanzar un titular. Si puedo explicar toda la noticia, entonces sí, pero una frase simple y que no acepte matices puede crear varias reacciones adversas fruto de no captar la esencia de lo que se quería transmitir y deslegitimar algo en lo que creemos profundamente. Una mala interpretación acaba siendo un golpe a nuestro pensar, sentir y querer.
La sexualidad es en si misma un tema que está impregnado de tabúes, y ya es difícil que se hable de interpretaciones en torno a ella, pues para eso es necesario un intento previo de explicación susceptible a ser interpretada, pero realmente, hay maneras de vivir llenas de estigma que acarrean de forma casi automática la formación de una imagen deformada en las cabezas de todos. Quizás si la sociedad evoluciona muuucho y la mujer y el hombre son iguales a los efectos de oportunidades y trato, si se aceptan de manera real otras orientaciones sexuales diferentes al imperante heteropatriarcado -no sólo formalmente-; si se comprenden formas alternativas de pareja -y se ve todo ello en las calles y en los cines y en la publicidad-, quizás ese día podremos realmente compartir qué pensamos de todo esto de forma espontánea y natural. No sólo lo podremos hacer con éxito, sino que no se crearán prejuicios, porque habrá pasado todo ello a ser caracterizado por la “normalidad”, la palabra que tanto usamos y tan difícil es de definir. Aquel día habremos logrado una sociedad con una mentalidad más abierta. Como decíamos antes, la sociedad en la que me gustaría vivir.