Oct
9, 2020
Jaume Puchalt: “Los espacios que habitamos necesitan de cambios radicales para que la sociedad y las personas cambiemos más rápido”
Jaume y yo estábamos en la terraza de mi casa leyendo cuando le propuse improvisar una entrevista. Una (de las muchas) cosas que me tienen enamorada de él es su discurso sobre el espacio público y los lugares que habitamos, y cómo la reapropiación de los mismos desde una visión inclusiva y respetuosa con la vida puede comportar cambios mayores que muchas no somos capaces ni de vislumbrar. Así que me pareció un regalo bonito –e incluso una necesidad- compartir sus ideas aquí para que puedan generarse otras y que, entre todas, favorezcamos y posibilitemos la vida en red, más allá del modelo de familia tradicional que nos han impuesto como “ideal”.
En su perfil de Twitter, Jaume se define como arquitecto y cicloturista. Se deja muchas cosas en el tintero, como su activismo –discreto, pero palpable- en el ámbito de las no monogamias, el colectivo LGTBIQ+ o algo tan importante como favorecer la vida en este planeta en el que vivimos. En definitiva, es una persona bonita y necesaria, y yo una suertuda por tenerle cerquita.
Pregunta.- Creo que desligamos en exceso nuestra manera de vincularnos del entorno que nos rodea. ¿Qué influencia crees que tienen factores como la arquitectura del hogar o el diseño de las ciudades en nuestra forma de amar?
Respuesta.- Creo que la regulan. Directamente. Creo que los espacios son susceptibles de permitir o no permitir -y, por tanto, condicionar- todo lo que en ellos sucede. Por ejemplo: no podemos ir de la mano tres personas por un espacio estrecho. Y como eso, todo lo demás: qué cosas se ven en los espacios en los que estás; qué cosas caben en los espacios en los que estás; a qué temperatura y con qué luz te hacen estar -y, por tanto, te hacen sentir- los espacios en los que estás… Todo eso condiciona cómo te comportas y cómo te relacionas con el resto de las personas. O sea, creo que tiene una relación estrecha y directa.
P.- ¿Crees que está habiendo algún tipo de cambio al respecto?
R.- ¡No! (Ríe) A ver, creo que sí está habiendo un cambio en cuanto a que, por ejemplo, comienzan a visibilizarse otros modelos de familia. Esto implica una necesidad de generar otro tipo de espacios, pero los cambios no suelen ser demasiado radicales. No veo que la gran mayoría de la sociedad esté haciendo cambios radicales en sus casas. Por ejemplo, todas las personas que ahora han tenido que trabajar desde casa a raíz del confinamiento, ¿en qué espacio trabajaban? ¿Era un espacio para trabajar? ¿Era el lugar para comer? ¿Era el salón de la casa? Yo he estado en videoconferencias donde de repente, sin querer, me he visto compartiendo el espacio más íntimo de esa familia… O dinámicas como el hecho de hacer deporte en casa. ¿Qué implica? Pues tal vez, de repente, en el salón desaparece el sofá o muebles que son inútiles -como el típico mueble-bar que se gasta una vez al año- para poder hacer yoga en ese espacio.
Por lo tanto, creo que los espacios que habitamos necesitan de cambios radicales para que la sociedad y las personas cambiemos más rápido. Y voy mucho más allá. Hay familias que viven veinte o treinta años en la misma casa y la casa no cambia… O cuando los hijos abandonan la casa familiar y diez o veinte años después siguen teniendo la misma habitación del adolescente en casa. ¿Perdona? ¡Ese espacio debería haber sido conquistado y modificado el día dos! Pero estamos acostumbradas a que los entornos sean estables y a que generen una cierta “seguridad”. Y en la ciudad es aún más exagerado, porque le sumas la dificultad de modificar los espacios, la burrocracia de la gestión que implica cambiar una acera, ampliar una distancia o hacer una rampa… Se complica todo y, por tanto, se ralentiza todo .
P.- Me ha hecho gracia esto que has dicho de que las familias cambian, pero los espacios no. Yo sigo teniendo en casa de mis padres mi habitación de adolescente -bueno, de niña, porque siempre ha sido la misma-. Me has hecho pensar si, el hecho de que mi madre no haya reconquistado ese espacio es por la esperanza o la «seguridad» de que yo vuelva algún día a casa. Es como decir, si la casa no cambia, la familia «se mantiene unida». Un poco como ocurre también con la pareja monógama: si tenemos un contenedor aparentemente estable, tendremos estabilidad y no nos tendremos que enfrentar a cambios. No sé si me explico…
R.- Creo que te explicas bien, pero lo haces como pensando en un futuro: «igual mi madre está pensando que volveré», y yo creo que es más pensando en un presente. Es decir, tu madre lo que está pensando es que no te has ido. Aún está tu lugar ahí. Y es buena la comparación que haces con la pareja monógama, pero no en cuanto a mantener un modelo, sino a estabilizar una situación que es imposible de estabilizar, porque es inestable. Es como si tú y yo tenemos una relación y hoy estamos a gusto y nos decimos: «vamos a hacer que este estar a gusto de hoy no cambie». ¡Es imposible! Porque mañana nos pasarán otras cosas que nos obligarán a hacer un replanteamiento de nuestra relación. Por lo tanto, si queremos seguir estando bien, debemos reconfigurar nuestra relación.
Suele pasar mucho esto: si estamos bien… ¡Virgencita, virgencita, que me quede como estoy! Pero como estás ahora no te puedes quedar. La vida cambia y, por tanto, todos los espacios y las relaciones deben adaptarse. Y no se trata de un pensamiento de futuro, sino de presente. Hay que hacerlo ya.
P.- Antes hablabas de la necesidad de cambios radicales, pero ¿quién tiene la capacidad de poder hacer esos cambios? Cuando no tienes capacidad económica de ningún tipo; cuando estás en un entorno de mucha violencia sistémica; cuando, en definitiva, no tienes recursos, ¿cómo lo haces para cambiar?
R.- Es una pregunta difícil… Evidentemente, si tienes dinero, pues puedes tirar paredes, pero a veces tirar una pared puede costar menos dinero que el sofá con chaise-longue y todas las comodidades que tienes en el salón de casa. Igual estamos haciendo de las cosas situaciones fijas e inamovibles que no tienen porque serlo tanto. Y muchas veces los cambios no dependen tanto de recursos económicos como de movilizar otros tipos de recursos.
El tema de la violencia ya es otra cosa… porque hay gente que no tiene los recursos emocionales, pero dentro de las violencias que cada una sufra, podemos empoderarnos.
P.- Dices que no se trata tanto de recursos económicos, sino de otro tipo. ¿A qué te refieres exactamente?
R.- Estaba refiriéndome a recursos emocionales y recursos individuales. Por ejemplo, gente que vivía hasta ahora en pareja o en familia, la dinámica diaria, las rutinas cotidianas… no han hecho necesaria a lo largo de los años la aparición de espacios individuales propios en las casas. Con el confinamiento se ha visto claramente una necesidad de reorganizar la gestión de la familia para encontrar no sólo nuestro tiempo para estar sola y hacer mis cosas, sino también mi espacio.
La vida cambia y, por tanto, todos los espacios y las relaciones deben adaptarse
P.- ¿Cómo afecta exactamente el coronavirus y todo lo que conlleva (distanciamiento social, miedo generalizado, uso de mascarillas…) en la configuración del espacio público o lugares de convivencia?
R.- Yo creo que tiene una serie de consecuencias, como el distanciamiento o la mascarilla, que visibilizan problemas que hemos ido adquiriendo como soluciones óptimas en los últimos años. Por ejemplo, familias que se han alejado de su entorno familiar y que, por tanto, los nietos estaban lejos de los abuelos. De repente te encuentras a mamá, papá e hijos, sin ningún otro vínculo y completamente aislados O personas que vivían solas o en pisos compartidos, pero sin ningún vínculo con esas personas con las que vivían ni con personas del entorno… Ese tipo de relaciones que nos han llevado hacia el aislamiento individual también está presente en las instalaciones, por ejemplo.
Antes la gestión del agua de las casas era algo muy presente. El agua se recogía de la lluvia, se almacenaba y se utilizaba como un bien preciado importante. Por lo tanto, se utilizaba dentro de esa escasez, se reciclaba y se volvía a utilizar a lo largo de un circuito. Y todo este ciclo era visible. Ahora el agua que tenemos en nuestro grifo está completamente desligada de los ríos de nuestro entorno, y las aguas residuales completamente desvinculadas del agua que nosotros bebemos, y las aguas de lluvia van a parar a las mismas aguas residuales, cuando no son tan residuales como las primeras.
Hasta ahora hemos considerado que el cambio climático no era suficiente motivo para replantearnos todas estas cosas, pero yo creo que el covid ahora obliga a generar otro tipo de relaciones y por tanto otro tipo de espacios; obliga a visibilizar y, por tanto, dar importancia a una serie de hechos cotidianos -como, por ejemplo, la utilización del agua, los vínculos con la vecindad…- La gente no sabía ni quiénes eran sus vecinos Nos hemos encontrado con personas que se han dado cuenta durante el confinamiento de que sus compañeros de trabajo vivían en la casa de enfrente. ¡Veinte años viviendo en el mismo barrio y sólo se han encontrado cuando han salido a aplaudir al balcón! Entonces, yo creo que se trata de volver a recuperar esas ciudades y esos espacios de la gente, y configurar espacios de proximidad y de cuidado hacia todo: hacia las personas y hacia el entorno. Creo que tenemos que generar los espacios más seguros y mejores para la vida, y desde la revolución industrial venimos generando espacios de muerte, de destrucción del espacio y de nuestra salud. ¡Debemos garantizar la vida!
Ahora nos hablan de medidas sanitarias para hacer frente al covid. Yo creo que son medidas, pero sanitarias no son. La distancia social no mejora la salud; la mascarilla puede que proteja, pero no mejora la salud. No ver la cara a la otra persona, no poder tocarla, no poder escucharla, no poder saber si está caliente o fría… saludable no es. Esto afecta la salud emocional y psicológica. Que nos digan otra cosa, pero que no nos vendan que son medidas para la salud de todas.
Por ejemplo, los primeros días de confinamiento en las ciudades -y especialmente aquí, en Barcelona-, rápidamente empezaron a cortar calles para conquistar el espacio; algo que yo personalmente vengo diciendo desde hace al menos 9 años. ¡Debemos conquistar los espacios públicos! Los primeros días de confinamiento estaba clarísimo: el espacio de los niños, el espacio de los abuelos, el espacio y el tiempo para hacer deporte… El espacio público se colonizaba, y yo creo que ese gesto visibiliza cosas que estaban bien, pero ya se han perdido. Hemos vuelto a la ciudad de los coches, la ciudad del humo, la mascarilla… y creo que tenemos que recuperar esos espacios de vida!
P.- ¿Cómo se conquista el espacio público?
R.- Se conquista utilizándolo, asumiendo que es un espacio de todas. Si a ti te gusta leer al sol, pues puede que haya un banco de la ciudad -un conjunto banco, papelera, árbol- que sea tu lugar de leer en la ciudad. Y entonces esto es como una extensión de tu casa. Si todas las personas utilizamos la ciudad de una manera determinada, somos capaces de conquistar el espacio público y de visibilizar y demostrar que la privatización del espacio público es insostenible para la vida social y buena en la ciudad, y que es algo absolutamente necesario. Porque es en el espacio público donde se producen esos intercambios, esos espacios de salud, esos espacios de alternativa vital… que además las ciudades tienen que ofrecer porque, si no, tendemos a ser menos, peores.
Creo que tenemos que generar los espacios más seguros y mejores para la vida, y desde la revolución industrial venimos generando espacios de muerte, de destrucción del espacio y de nuestra salud
P.- En el Congreso de No-Monogamias e Intimidades Contemporáneas (NMCI Conference) celebrado en Barcelona el año pasado ofreciste una ponencia junto a David Vegara sobre el hogar poliamoroso. Me gustaría que hablaras un poco más sobre esto.
R.- En los catálogos de viviendas de protección oficial, hasta hace unos años, el modelo de casa que se vendía era: habitación principal -que además se llamaba «habitación de matrimonio» -, y habitaciones secundarias -que habitualmente eran para los niños-. Esto ya dice: «estas casas son para un modelo de familia determinada». Y nosotros lo que planteamos es: ¿qué tipo de casas deberían tener las personas que se relacionan de otra manera o las familias que son de otra manera? Familias monomarentales, familias con dos madres, familias donde un tío o un amigo también vive en la casa o grupos de personas que establecen una crianza compartida. ¿Qué vínculos tienen esas personas o cómo se traduce esto en los espacios que habitan?
Con este planteamiento aparece para nosotros el concepto de la casa atomizada, porque creemos que todas las personas deberían tener derecho a un espacio de uso privado o personal y a unos espacios para compartir. Y entonces vemos claro que, por ejemplo, si tú y yo tenemos una relación, pero vives en un piso sola y yo vivo en otro lugar, porque vivo en otra ciudad o en un entorno rural, al final yo tengo una vivienda principal, que es lo que se entendería como mi casa, pero yo en tu casa tengo un espacio en el que, cuando vengo, me gusta… leer. Entonces yo en tu casa tengo un rincón -que es el sofá, la estantería y poco más- que es mi lugar en tu casa. Y tú en tu casa, aunque todo el espacio sea tuyo, tienes esos otros espacios donde posibilitas que esas otras relaciones tengan cabida.
La casa atomizada también sumaría esos espacios de los que hablaba antes, como ese banco de la ciudad al que voy a leer. Es decir, se trata de configurar una casa que es mucho más que ese espacio de papá y mama que tengo que conquistar como sea… Porque yo no tengo una relación así, no tengo hijos y, por tanto, en la habitación de los hijos acaban pasado otras cosas, como una oficina, un gym, o cualquier otra cosa…
P.- ¡Una habitación para orgías!
R.- (Ríe) ¡Exacto! Una habitación para encuentros. Al final se trata de no entender la vivienda como un espacio cerrado hacia adentro, sino como una sucesión de espacios que van transformándose y que posibilitan el desarrollo de esas otras relaciones.
P.- Me parece hasta cierto punto revolucionario que incluyas el espacio público dentro del concepto del hogar poliamoroso. Nunca había oído que una casa pudiera ser algo más que las cuatro paredes en las que vivimos. Llevas el concepto de vivienda mucho más allá.
R.- Claro, lo llevamos mucho más allá porque creo que es necesaria una co-responsabilidad en la gestión del espacio público. Siempre estamos pidiendo que nos hagan caso, que nos lo hagan todo. Si hay un grupo de vecinos que no quiere que ese solar termine siendo un aparcamiento polvoriento, ruinoso y ruidoso lleno de coches, pues… ¡venga! Plantar un árbol no es tan complicado. Y cuando el árbol crece genera una sombra y en esa sombra pueden pasar cosas.
O igual que en la puerta de casa: podemos plantar un árbol o podemos plantar una tomatera, y entonces esa tomatera da tomates y con los tomates podemos hacer no-sé-qué. No creo que sea un «venga, ciudadanos y ciudadanas, ¡conquistad el mundo!», pero sí creo que hay espacios que son susceptibles de crear y fomentar esa co-responsabilidad.
Volviendo al tema del covid y a algo que ahora es muy importante, que es el inicio del curso escolar… Hasta ahora la escuelas, cuando te daban un programa como arquitecto, te decían: el aula debe tener tantos metros cuadrados; la sala de fotocopias, tantos; la sala de profesores, tantos… Claro, tú mirabas, hacías una división entre los metros cuadrados del aula y el número de niños y decías: no cuadra. Si queremos una educación donde los niños tengan espacios para estar solos para poder crear, donde estén en contacto con la naturaleza, con el agua y con no-sé-qué, no cabe. Esto en una escuela no cabe.
Ahora, el postconfinamiento nos ha llevado a más reducción de ratio, es decir, menos niños y más metros cuadrados. Claro, pero las escuelas que tenemos ahora no están preparadas. Por eso están ocupando bibliotecas, que hasta ahora sólo tenían un uso; ocupando los gimnasios, porque veían que estaban infrautilizados; el patio, etc. De repente, esos espacios ahora empiezan a ser polivalentes y empiezan a pasar otras cosas. En muchos casos, desde la dirección de muchos centros, comienzan a pedir también el derecho de uso de espacios públicos adyacentes a la escuela, como el parque o la calle que hay delante. Y a mí me parece que tiene mucho sentido.
Y lo mismo a la inversa. La inmensa parte del año, un instituto o un cole está más horas cerrado que abierto, y ese es un espacio que se pierde. ¿Por qué ese campo de fútbol, ese campo de baloncesto, esa canasta, esos columpios… tienen que estar cerrados? ¿Podemos plantear una escuela que cuando lleguen los niños se cierre, pero cuando los niños no están la escuela quede abierta? Yo digo que es de caixó i de trellat[1] ocupar esos espacios. ¡Pero ya!
¿Qué tipo de casas deberían tener las personas que se relacionan de otra manera o las familias que son de otra manera?
P.- Por todo lo que dices me llega que un arquitecto debe ser casi un filósofo, porque a parte de saber de planos y de estructuras, debe conocer los posibles usos del espacio, la vida de las ciudades, las dinámicas sociales… Quizás te parece una pregunta muy tonta, pero, ¿qué perfil debería tener para ti una persona que se dedique a la arquitectura para ponerse al servicio de la gente y del espacio en lugar de imponer su forma de pensar a través de la construcción?
R.- Es una buena pregunta, pero, por ejemplo, que yo tenga la oportunidad de decir estas cosas aquí, que pueda levantar la voz y explicar lo que pienso, no significa que tenga poder para conseguirlas. Claro, cuando por ejemplo empezó todo el tema del confinamiento y se hablaba de «expertos», yo decía: «quiero saber quiénes son esos expertos». Creo que podrían haber dado la voz a equipos multidisciplinares de personas (arquitectos, sociólogos, psicólogos…) para garantizar que no sólo se abordan los temas urgentes que son importantes, sino también otro tipo de cosas que no podemos olvidar. Yo creo que los arquitectos sí tenemos voz, pero de alguna manera no tenemos tanta. También creo que hay una generación de arquitectos que está muy lejos de todo esto.
Mucha gente reclama más participación y urbanismo feminista y una serie de cosas, pero cuando luego se encuentra con arquitectos jóvenes sin experiencia, vuelven al adultocentrismo, a confiar en arquitectos carcas y envejecidos y a hacer las mismas cosas de siempre. O bien hacen cosas nuevas, pero las hacen como siempre: imponiendo su idea -que puede ser muy moderna o novedosa- sin escuchar a los vecinos, que tienen mucha más experiencia en habitar el espacio y que saben cómo quieren que sean los espacios públicos.
Entonces, aunque tengamos espacios donde alzar la voz, nos queda mucho por hacer. La ciudad continúa haciéndose de arriba hacia abajo con medidas impuestas. Las casas son casas rígidas, aunque de las casas flexibles se viene hablando desde hace 100 años… de paredes móviles, de puertas que no son puertas, sino que son paredes que se abren… Pero esas cosas no se han incorporado a la vivienda. Algunos espacios públicos sí tienen una sala polivalente que de pronto se divide en tres -¡oh, magia! -, pero esto en las casas no se ha traducido. Supongo que porque es más caro, pero no nos hemos parado a posibilitar estos mecanismos.
P.- Has hablado de urbanismo feminista. ¿Puedes explicar un poco más en qué consiste?
R.- Espero que parte de las cosas que he dicho ya se entiendan como parte de ese urbanismo feminista. Para mí, tanto el urbanismo, como la arquitectura, como un entorno de trabajo feminista, es aquel que está centrado en los cuidados; pero no sólo de las personas, sino de la vida. Garantizar que todas cabemos, que lo que hacemos es lo más plural y lo más inclusivo posible. Y lo digo así, lentamente, porque es difícil hacer cosas que no excluyan. Cuando estamos haciendo un espacio más seguro, más verde, más bien iluminado, igual estamos dejando fuera una colonia de insectos que posibilita que en ese tramo de la ciudad pasen una serie de cosas determinadas. Para mí es importante que todas las personas estén incluidas, pero también todos los seres vivos.
Me gusta hablar de urbanismo feminista y no de género, porque cuando una mujer hace casas, no significa automáticamente que sea feminista. Si esa mujer tiene una mentalidad de un modelo de familia muy determinado, por ejemplo, sigue dejando fuera a mucha gente con su arquitectura.
Es difícil hacer una ciudad para todas, pero tenemos que ser lo más sensibles posible y combatir el urbanismo y la arquitectura hecha desde el machismo patriarcal. Hombre hetero, cis, de 50 años, con familia tradicional que ha decidido, por ejemplo, cuál es el horario del metro o cuál es la frecuencia de paso de los trenes. Y luego ves que en las horas punta mayoritariamente hay mujeres en el transporte público y que este perfil de hombre que decide va en coche. Una de las claves de una ciudad, para mí, es imposibilitar que esto pueda pasar. ¡Hagamos que esos hombres viajen en bus o en tren y veremos qué rápido cambia todo!
No tengo una definición de urbanismo feminista, pero para mí es eso: hacer las cosas con el mayor cuidado posible, y escuchar a la gente y el entorno para hacer las cosas de la manera más inclusiva posible.
P.- Kate Millet decía que la institución principal del patriarcado es la familia. Si es así, ¿hacer casas que ayuden a romper con el modelo de familia tradicional ayudaría a combatir el patriarcado?
R.- Sí, pero ¿cómo lo haces? Porque muchas veces hemos visto cómo ha sido la matriarca o las mujeres de la familia -y no quiero quitar con ello responsabilidad a los hombres- las que han reproducido en casa el modelo patriarcal de toma de decisiones o de ocupación del espacio. Como la madre que no te deja hacer nada en la cocina. Entonces, sí creo que hay que romper ciertas dinámicas y posibilitar que pasen otras cosas en ciertos espacios, pero creo que no será suficiente. Se deben visibilizar esas dinámicas para romperlas: es decir, en esta cocina cocinamos todas y nos responsabilizamos todas. Y si utilizo un paño para lo que no es o haciendo algo indebido rompo un plato, pues no pasa nada. Pero no podemos validar o ratificar comportamientos que nos llevan a una forma de ser y de vivir que no es la más óptima, ni plural, ni inclusiva.
El urbanismo feminista es aquel que está centrado en los cuidados, pero no sólo de las personas, sino de la vida. Garantizar que todas cabemos, que lo que hacemos es lo más plural y lo más inclusivo posible
P.- Creo que no se pueden cambiar los espacios sin cambiar determinadas conductas sociales; pero si nos esperamos a que cambie la mentalidad para hacerlo, tal vez no lo hagamos nunca. Supongo que el reto es que los cambios vayan de alguna manera acompasados…
R.- Sí y no (ríe). Porque creo que, por ejemplo, a nivel de país vivimos una transición de 30/40 años en la que vamos haciendo. Poco a poco… Y esto nos ha valido hasta ahora: «Bueno, es que todo es muy complicado y los cambios deben ir todos a la vez…» Y después de ese espacio, vino la crisis, y el tiempo entre crisis, ya que ahora tenemos la del covid, y creo que aquel argumento ya no nos vale. Necesitamos cambios radicales y urgentes, y no sé qué será o vendrá antes, pero hay cosas que podemos hacer ya.
Hay personas dramáticas que empiezan a hablar de guerra civil o de catástrofe nuclear, de que el mundo se acaba. Yo no quiero ponerme en esa tesitura -quiero ser lo más optimista posible-, pero también quiero ser lo más realista posible. Y poco a poco ya no lo vamos a lograr.
P.- Acabas de nombrar posibles escenarios «pre-apocalípticos» y me viene una pregunta a la cabeza: ¿por qué parece que todo se va a la mierda, excepto el mercado inmobiliario?
R.- Necesariamente cambiará. Necesariamente habrá gente que dejará de vivir de una manera determinada para vivir de otra y, por tanto, la oferta cambiará. El hecho de que ahora sea noticia en todos los medios el tema de la ocupación no es casual. Están intentando criminalizar algo que no es criminalizable. Cuando una entidad bancaria tiene tantas casas que ni sabe cuántas tiene, que se ocupen no es un delito. El delito es que España sea uno de los países del mundo con más viviendas vacías, y que la gente esté pagando alquileres descomunales o haya gente sin casa. Todo eso debería ser delito.
Žižek[2] dice «Tenemos que volver al comunismo». Yo no sé si será al comunismo, pero es evidente que tenemos que hacer frente a ese problema. Y mientras los gobiernos no le hagan frente, lo tendrá que hacer la sociedad de manera vecinal y comunal. Las autoridades tienen que legislar esto y ponerse manos a la obra para recuperar todas esas viviendas y todos esos espacios. El mercado debería cambiar y, si no lo hace, sería una muy mala señal. Pero mala, malísima, porque estamos en una situación en que es casi obligatorio que cambie. Si no cambia es porque de verdad estamos validando un modelo que nos daña. Si todavía hay mucha gente que viendo las noticias de la ocupación se las cree, tenemos un problema. Esa gente que se lo cree está pagando un 50-60% de su sueldo en alquiler. Esto es inviable. ¡Esa gente debería estar ahora mismo en la calle manifestándose y, por supuesto, sin pagar los alquileres!
El delito es que España sea uno de los países del mundo con más viviendas vacías, y que la gente esté pagando alquileres descomunales o haya gente sin casa. Todo eso debería ser delito
P.- Hablas de ocupar la calle y el espacio público, pero con el momento que vivimos -de distanciamiento social debido al covid- es todo un poco más complejo. ¿Crees que esto va a favor de los gobiernos para tenernos controlados?
R.- Los gobiernos están en un momento que dicen: «participación sí, pero no participéis todos a la vez porque no tengo las herramientas para gestionar vuestra opinión». Ven que son capaces de tomar medidas y que, si estamos controlados, todo irá bien, todo estará estable. Pero es lo que decía: creo que podemos ser lo suficientemente creativas para encontrarnos de otro modo, para recuperar esos espacios y para empezar a trabajar de verdad por esos entornos. Y hacerlo ya, no esperar a que nos lo hagan. Porque, como decía Fuster, «la política, si no la haces, te la hacen». Debemos romper con esos señoros técnicos tomando decisiones en los despachos. No soy anti-gobierno: creo que hay cosas que se hacen con la mejor voluntad y que se hacen bien, pero tenemos que reconfigurar los espacios, tanto los cotidianos como los públicos. Y tenemos que ir todas a una. Esto incluye todas las generaciones, porque quizás las más pequeñas son las que mejor saben que la escuela sin valla está mejor. Y, si no sabemos algo, ¡preguntemos! No hay que ser un arquitecto con mucha experiencia ni con mucho renombre para hacer esto. Yo no aspiro a ser un gran arquitecto, ni a que mis grandes ideas y mis grandes obras cambien el mundo. Quiero escuchar, recoger y utilizar mis conocimientos para transformar los deseos de la gente en la realidad que quieren. Si conseguimos hacer ese tipo de arquitectura y construir esa sociedad, ya habremos hecho suficiente.
P.- Has dicho «si no sabemos, preguntemos». Para mí la pregunta va muy ligada a la creatividad, a explorar lo desconocido, a no imponer tu pensamiento. ¿Crees que la creatividad llevada a los vínculos sociales ayudaría a hacer cambios estructurales?
R.- Sí, y más allá. Esa creatividad implica un testeo y, por tanto, la posibilidad del error -que es algo a lo que normalmente le tenemos pánico-. La creatividad implica también entender la construcción de la ciudad como un proceso abierto. Por ejemplo, si esta avenida se diseñó hace 100 años para que pasaran carruajes, pero ahora pasan coches y mañana queremos que pasen bicicletas, pues igual debemos transformarla un poco. Porque no es casualidad que las ciudades antiguas que han llegado a nuestros días sean aquellas que han sido capaces de transformarse de manera resiliente. Muchos monumentos o edificios siguen en pie porque han sabido reinterpretarse. Creo que no debemos tener miedo al cambio. Debemos cuestionarnos los espacios y, si tenemos que modificar, ¡venga! Y a veces es empezar simplemente pensando de otra manera, como con el 15-M. Decíamos: «no queremos proponer nada, lo que queremos es cambiar las preguntas». ¿Cómo voy a decirte cuál es la respuesta, si de entrada la pregunta es aquello que está mal? Vamos a hacernos unas preguntas mejores y ya veremos si las respuestas que salen son mejores. Yo calculo que sí.
P.- ¿El miedo a abrir el concepto de urbanismo se podría comparar con el miedo a abrir una relación?
R.- ¡Totalmente! Sí, sí. Porque además tú identificas que los cambios implican gastos, ¿no? Implican esfuerzo. Por eso muchos dicen lo que decía antes de Virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Un cambio hacia algo que no sé si será mejor -sé que será distinto, pero no sé si será mejor- implica un esfuerzo a todos los niveles: económico, emocional… Hay que ser valiente y hay que ser capaz. Si decidimos abrir una relación, podemos probar, nos podemos arrepentir, podemos generar un aprendizaje y luego podemos configurar otro tipo de relación en que tengamos una pareja distinta. Creo que el valor está en el camino y en el proceso, no en el lugar en el que seamos capaces de llegar, porque es volátil y cambiante.
No sé quién decía «es mejor y es posible, si es en compañía». Si lo hacemos juntas, todo saldrá bien. Si lo hacemos juntas con el cuidado suficiente de saber que tú estás bien, que yo estoy bien, que esta ciudad nos acoge, pues es más fácil que salga bien. O que, si sale mal, tengamos las herramientas para solucionarlo. Ahora, si no lo hacemos, pues tú estarás descontenta por unas cosas y yo por otras. Quizás con una estabilidad muy buena, pero sería lo único que tendríamos: «estabilidad». Estabilidad entre comillas, claro, con todos los problemas que conlleva.
P.- ¡Qué interesantes y qué desconocidas para mí muchas de las cosas que dices! Creo que no tengo nada más que preguntarte. ¿Quieres añadir alguna idea de que no hayas podido expresar hasta ahora?
R.- Seguramente cuando escuche esta conversación -que se ha producido de una manera muy fluida, porque no estaba nada preparada ni pensada-, seguramente veré que podría haber dado respuestas mucho más inteligentes. Por ejemplo, con el tema del urbanismo feminista, siempre me queda la duda de si lo he explicado bien. Además yo, que soy un hombre que está entrando ya en la edad del arquitecto tipo que impone sus reglas, no soy quien para decir cómo se deben hacer estas cosas. Entonces ahí siempre tengo dudas, pero lo que sí veo muy claro es que es absolutamente necesario generar cambios.
Me gustaría mucho decir aquí que esto es una conversación más, que esto es una conversación dentro de un proceso, y que no tiene mayor importancia que la que tiene. Es una conversación abierta.
Creo que el valor está en el camino y en el proceso, no en el lugar en el que seamos capaces de llegar, porque es volátil y cambiante
P.- Este miedo a no decir cosas «suficientemente inteligentes» yo también lo tengo, pero, con ello, ¿hasta qué punto estamos volviendo a una visión elitista del conocimiento? Porque es como minusvalorar la espontaneidad; respuestas que quizás a priori pueden parecer insulsas, pero que pueden tener mucha fuerza, ¿no crees?
R.- Me has hecho recordar el «todo está por hacer y todo es posible» de Miquel Martí i Pol; que es un buen final. Todas esas personas que están pensando si mover el sofá o no, o que están decidiendo si ir a vivir al campo o no, o que han pensado en plantar una tomatera en el alcorque de la puerta de casa… todas las personas que están pensando estas cosas… que lo hagan. Porque si todas las que lo estamos pensando lo hacemos ya y lo hacemos al mismo tiempo, igual todos estos cambios de los que estamos hablando se producen. Y no hacen falta grandes inversiones, grandes revoluciones. Igual es todo mucho más sencillo.
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[1] Jaume y yo hablamos en valenciano y esta entrevista ha sido traducida para una mayor comprensión, pero esta expresión en concreto la dejo tal cual. Viene a significar que es “obvio/ necesario/ impepinable”, dicho en la jerga propia de una yaya valenciana.
[2] Slavoj Žižek es un filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno.