Quedarse en casa, establecer una «burbuja» estrecha de contactos, teletrabajo y virtualidad escolar son algunas de las recomendaciones que nos hacen en esta pandemia. Y aunque algunas medidas son debatidas, difícilmente encontremos cuestionamientos a los supuestos en los que se basan, absolutamente naturalizados.
Por Andrea D'Atri para La Izquierda Diario. Lunes 28 de junio
Se repiten esas recomendaciones como si todos tuviéramos casa en la que quedarnos. Pero, además, como si la «burbuja» se diera por hecho que debe incluir solo a la familia nuclear y no a las amistades o las vecinas. Como si, en tiempos prepandemia, el trabajo y la escuela de algunes, no hubiera servido también para contar con ciertos espacios y tiempos de intimidad y soledad en el hogar para otres, ahora perdidos vaya a saber con qué consecuencias. Como si todas las parejas fueran fieles y no hubiera otras relaciones sexoafectivas fundamentales y cotidianas, más allá de las que se reconocen pública, institucional y familiarmente.
La pandemia puso en evidencia que las prescripciones sanitarias de epidemiólogos y gobiernos se basan, sin cuestionamiento, sobre el supuesto de que todes encajamos en un sistema heteronormativo monogámico de relaciones interpersonales.
Si decimos que la monogamia es un sistema y no una práctica sexoafectiva ni un mero valor o principio moral, es porque organiza y establece jerarquías, con derechos y obligaciones para ciertos vínculos afectivos, mientras desvaloriza a otros.
Matrimonios devaluados, parejas sobrevaluadas
En las últimas décadas, la institucionalización de las parejas heterosexuales como única relación privilegiada, viene perdiendo legitimidad. Hace apenas once años, el matrimonio igualitario en Argentina democratizó los derechos de los que, hasta entonces, solo gozaban las parejas heterosexuales. Además, hace tiempo que crece el porcentaje de parejas que conviven sin pasar por el registro civil; también suben las edades al momento de elegir esa convivencia. Incluso, la fidelidad y el «hasta que la muerte los separe», perdieron vigencia.
Por eso, ahora que la monogamia (de la mujer) ya no es necesaria para garantizar la legitimidad de la descendencia del patriarca -razón que se encuentra en su origen histórico-, hay quienes desafían lo establecido planteándose «parejas abiertas», «amor libre» y otras formas que rompen con el estereotipo. Sin embargo, como advierte Brigitte Vasallo en su libro El desafío poliamoroso. Por una nueva política de los afectos, «La idea de exclusividad no delimita exactamente las prácticas sino que marca legitimidad a un tipo de relación sexual frente a otras posibles eventualidades.»
En última instancia, la monogamia pervive no tanto por la exclusividad sexoafectiva que se establece entre dos personas, sino en la jerarquización de los afectos que le da primacía a la pareja por sobre otras relaciones.
¿Acaso no suele responderse «no, estoy sola», cuando se pregunta a una mujer si está en pareja? El poliamor no es el qué o el cuánto, sino el cómo, diría Vasallo.
Es que sigue siendo muy dificultoso escapar al modelo de la pareja, de la primacía de la relación romántica de a dos, por sobre otros vínculos. Cuestionar que la relación más importante y que nos define es la pareja, obliga a desafiar las costumbres sociales, las expectativas familiares, las leyes, el salario familiar, los planes de la cobertura médica, el tránsito por otras instituciones y ámbitos… ¡incluso la forma en que están construidos los departamentos y las casas, donde el dormitorio «principal» tiene espacio para una cama de dos plazas y las otras habitaciones -supuestamente destinadas para les hijes- son más pequeñas! Hasta el consumo incluye productos y servicios de dos por uno, sorteos de dos entradas para espectáculos, paquetes turísticos para dos personas. Vasallo habla de la «sociedad del parejismo», denunciando los condicionamientos por los que «si no tienes pareja no existes».
Individualismo, consumismo y amor ¿libre?
Hay quienes, desafiando la monogamia, encontraron que no hay forma de deconstruir el sentido que tiene la pareja en nuestra sociedad y pensar en el «amor libre» sino es cuestionando el capitalismo. «Para mí el poliamor –las no monogamias en general- no es una cosa que vaya de aumentar el número de parejas, sino de cuestionar nuestra forma de relacionarnos y organizarnos socialmente.», dice la feminista Sandra Bravo, autora de Todo eso que no sé cómo explicarle a mi madre. (Poli)amor, sexo y feminismo.
«Estoy a favor de que se critique a la monogamia y se hable de las relaciones abiertas, el poliamor, etc., pero una cosa es hacerlo desde la agenda del amor libre y otra es hacerlo desde la agenda del amor neoliberal.», dice Danilo Castelli en su artículo Amor libre y amor neoliberal. Y prosigue: «El amor neoliberal, en cambio, actúa en nombre del placer y la ’libertad’ del individuo de hacer lo que desea. (…). Como nada puede ser más importante que el deseo del individuo y se ve como negativa cualquier clase de dependencia, los lazos afectivos y de apoyo pasan a ser prescindibles, y esto nos deja más vulnerables ante los sistemas de dominación. Desde el amor neoliberal no se critica a la monogamia como orden social que complementa al capitalismo y al patriarcado: se la critica como un obstáculo al deseo del individuo de hacer lo que quiere cuando quiere.»
En la actualidad, cuando la realización del deseo propio se entiende como un derecho, el sujeto político descansa en el más acérrimo individualismo. Como ya lo señalamos en otra oportunidad, el otro se convierte en un medio para la realización de mi deseo o es un obstáculo. Cuando se prioriza al yo, la libertad, en vez de asociarse al afecto -liberado de las coerciones sociales, económicas, políticas- se transforma en su antítesis.
Además, el amor no es tan libre cuando hay desigualdad social entre quienes participan de las relaciones, aunque sean consentidas. Ya lo decía Alexandra Kollontai a principios del siglo XX y por eso, la revolución obrera en Rusia eliminó las diferencias legales entre los matrimonios y las parejas «de hecho», pero al mismo tiempo hizo ingentes esfuerzos por emancipar a las mujeres del trabajo doméstico y de cuidados, garantizar su alfabetización y su ingreso a la educación, al trabajo, a las funciones públicas y a la política.
En las relaciones sexoafectivas no hay individuos abstractos negociando, en términos igualitarios, las reglas de sus vínculos.
Sandra Bravo, que es poliamorosa, lo define escuetamente: «Esto no va de follar más ni de avivar relaciones monógamas que han caído en la rutina. Si esa es la intención, os equivocáis de lugar. Y todavía más si lo hacéis a costa de los sentimientos de quien hasta ese momento era vuestra pareja monógama, a fin de que os siga aportando ’seguridad’ mientras hacéis lo que os da la real gana en nombre de la ’libertad’”. Por eso, como señala Brigitte Vasallo, «La posibilidad de alternativa al sistema monógamo no va de ligues y noviazgos sino de colectivización de los afectos, los cuidados y los deseos y los dolores.»
Inquietantes amores anticapitalistas
Por eso, la cantidad tiene poca importancia. Se requiere mucho más de preguntarse por la distribución de los cuidados, de a quiénes se otorga legitimidad y visibilidad en la vida cotidiana, de cómo configurar los proyectos de crianza… Y recordar que ser partidario del amor libre o no ser monógamo, nunca es un atributo individual, siempre es un logro colectivo.
Para pensar un sistema de relaciones sexoafectivas donde la pareja no esté privilegiada, hay quienes recurren al modelo de las amistades. Como ya planteamos en otro artículo, la amistad es una relación inquietante porque ha escapado de la institucionalización: no hay leyes que distribuyan deberes y derechos para las amigas y amigos, el Estado no tiene nada que predicar al respecto. Por eso pueden ser modelos de cómo pensar de otro modo la intimidad, el afecto y los cuidados.
Y aunque no podamos reconfigurar nuestras relaciones interpersonales radicalmente, liberadas de todos los condicionamientos de la sociedad capitalista patriarcal en la que vivimos, sí podemos aventurarnos en el camino de cuestionar lo establecido: con el amor y las armas de la crítica, criticar al amor y sus armas.
No pretendemos poner en riesgo el sistema, solo en nuestras camas y con nuestros abrazos. Pero tendremos la satisfacción de generar esa inquietud social que surge de lo indefinido, de lo que no entra en los moldes conocidos y gritar colectivamente: ¡nuestros afectos no caben en sus reaccionarias instituciones!